Llegas a casa más que derrotado. Sólo puedes pensar en que la medalla de bronce que te han dado, acompañada de un "Lo siento, suerte la próxima vez", es por simple consuelo. ¿O tal vez no? Al fin y al cabo, ese ippon no te lo quita nadie. Quizás eso sea lo único que te queda y lo que de verdad te consuela.
Guardas la medalla en tu cajita personalizada. La metes cuidadosamente, le tienes cariño, aunque sea de bronce. Acomodas todas y cada una de las medallas en la almohada que has creado juntando todas las cuerdas de las medallas. ¿Cuántas tendrás? Seguramente si no las tuvieses guardadas en una caja, si no colgadas en algún lado de tu habitación, no serías capaz de aguantar tanto brillo. Te pones a contarlas. 40. Vaya. La número 40 te habría gustado que fuese más... Da igual.
Te echas Reflex en el pie, con la esperanza de que sea milagroso, o tenga un poder divino, y mañana estés como nuevo. Cierras los ojos e inclinas levemente la cabeza hacia atrás. Respiras ese aroma que tanto os gusta a los competidores. Sí, se podría decir que huele a gloria.
Todavía son las 15:30. Podrías salir con los amigos a dar una vuelta a pesar de la cojera, pero no. Más de uno te lo suplica. No estás con ganas, y mucho menos después de la mañana que has tenido. Ni siquiera se han dignado en preguntarte qué tal la competición. Que disfruten sin ti, seguro que a los cinco minutos ya no se dan cuenta de que faltas.
Te tumbas en la cama, te envuelves en el edredón, y por un instante cierras los ojos. Igual cuando los abras son las 9 de ese mismo día, igual puedes empezar de cero, igual... No. Te miras el pie desde todos los puntos de vista posibles. Cuando acabas, te escondes bajo la almohada.
Bueno, no es tan grave. Podría haber sido peor. Tus compañeros te han dicho que no vayas a ver los entrenamientos. ¿Por qué? Quieres ir, claro. Dos semanas sin judo es mucho tiempo. ¿Cómo vas a aguantar?
El judo es tu desahogo, tu momento de desfase, tu desconexión del mundo que te rodea. Es entrar al gimnasio, y pareces cambiar rápidamente de mentalidad, con tanta rapidez como un coche de fórmula 1 cambia de ruedas. Empiezas el calentamiento con unas risas. Sigues con alguna técnica, que más da nueva que conocida, y aprendes algún truquito, alguna contra o combinación. Y cuando llegan los combates... ¡Ay, los combates! Te llevan a tal extremo que no sabes si estás en el cielo o en el infierno.
"¡Saca esa furia!"
Te grita el entrenador. Algunos días te puede venir en plan animadora, que solo le hace falta dar saltitos y agitar los pompones, otros días, te quiere ver luchar de verdad, te quiere ver hacer judo de verdad. Eso es el judo, luchar hasta el final.
Le pones cara a cada uno de tus compañeros que se ponen contigo en un combate. El profesor de no se qué, el chaval de no sé dónde... Y te tiras en la cama. Estás muerto. ¿Solo muerto? Sí, eso es gloria, no poder moverte de la paliza que te han metido y que te has metido. Te quitas la ropa como puedes y te metes bajo el agua de la ducha, refrescante, purificadora... Sí, esto es el mismísimo cielo.
¿Pero por qué no quieren que vayas a ver los entrenamientos? ¿Por qué te has lesionado justo en EL campeonato? ¿Por qué quieres gritar y no puedes?
Y para cuando te das cuenta, ya estás dormido.
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La adrenalina del judo.
RandomEstás en tu propia dimensión. Tu mente completamente desconectada de lo que pasa a tu alrededor, de los gritos que hasta hace un segundo, antes de que el árbitro gritara "¡Hajime!", oías animarte desde las gradas.