El Aforista

36 0 0
                                    

EL AFORISTA

EMILIO RIVANO

SATORI

El Aforista © Emilio Rivano Fischer, Santiago de Chile, 2012

2

3

4

EL AFORISTA

Emilio Rivano

5

6

Prefacio Hace años se instaló una pareja bajo mi edificio en Providencia. Son “estacionadores de autos” o “cuidadores de autos”. Los cuidan de quién sabe qué. Estas calles tienen libre estacionamiento, pero ellos cobran a quienes se estacionan. Si no les pagas, te destruyen el auto. Si les pagas, otros pueden destruirlo igual o robarlo. Se sientan en una esquina todos los días, excepto los domingos. Es una pareja de pueblo normal. Traen su vianda, su agua y me imagino que la iglesia les prestará el retrete, acaso por un “donativo”. Cobran y de eso viven ellos y su familia. Les he calculado un sueldo aproximado del de un médico que se inicia en el servicio público. Antes había otro personaje haciendo lo propio en ese lugar. Pero era desordenado y si no le pagabas no pasaba mucho más que sus gesticulaciones e insultos dientes para dentro. Era más débil y borrachín. Estos otros llegaron un buen día y lo echaron a patadas. Al año del terremoto recorrí los pueblos costeros y los de tierra adentro que van desde Concepción hasta Pichilemu. Lo que abatió el temblor o la ola seguía derrumbado en esos pueblos. Nada se había reconstruido. La gente aun removía escombros con sus manos. Pasé a ver la tumba de mi abuela a Cauquenes. Estaba allí, pero el pabellón contiguo se vino al suelo. Los huesos quedaron tirados por el suelo. Una cuidadora me contaba que la Administración esperó tres días, por si llegaban parientes a recoger los restos de sus muertos y arreglar nuevas sepulturas. Luego de eso los huesos de ese pabellón se arrojaron a la fosa común.

7

Una amiga ayuda y cuida a los perros callejeros, y también a los gatos. Vive en un barrio bueno, entre Providencia, Las Condes y La Reina. Lleva años en esto. Mantiene en su departamento a cuatro perros recogidos y a dos gatos. Alimenta regularmente a unos diez perros en las calles de su barrio. Hay otras como ella, que ayudan y hasta refugian en sus casas a los perros. Son mujeres todas. Son muy pocas y se reconocen entre ellas. Estos son perros que la gente abandona. Las familias se aburren del animal y lo botan. Los tiran por las calles de todo Santiago, por las plazas, y también a las afueras de la ciudad. Cuando están recién abandonados, trotan exaltados, ebrios de libertad, pero nerviosos a la vez, como buscando. Luego viene la depresión. Hay una normativa que prohíbe alimentar a perros callejeros, de modo que mi amiga arriesga multa. La insultan los vecinos y la amenazan con la policía constantemente por esto. Hay gente que golpea a estos perros. Algunos son verdaderos sádicos. Los atraen con comida y luego los apalean. Otros amarran a las perras y las violan. Ya llevan tres décadas las alarmas en los automóviles. Al comienzo, la gente atendía el hecho y era una señal de status que tu auto se activara con esa secuencia estridente de sonidos alborotadores que producen estas alarmas. Ahora suenan a cada rato; siguen ensordeciendo a la gente, pero ya nadie les presta atención. Emiten contaminación auditiva. Nadie dice nada. Las personas de treinta años para abajo crecieron con ellas y con la fracción de irremediable locura que producen. Desde hace años, pasan un par de motos estruendosas por estas calles colmadas de autos estacionados a lo

8

largo de sus veredas con alarmas a punto. Las alarmas se activan con las vibraciones de las motos. Las cuadras van resonando de alarmas al pasar de las motos. Esto ocurre pasado la medianoche. Es un barrio bueno y tranquilo, se sabe. Hace ya más de dos décadas que el sector sur del centro de Santiago se soltó a los leones, una jauría de inmobiliarias y constructoras. Barrieron con barrios enteros, muchos de ellos, de evidente valor histórico. Construyen edificios uno al lado de otro sin freno. El sueño del voyerista. Los edificios son de treinta a cuarenta pisos, sus departamentos, ínfimos, de materiales baratos. Las fallas afloran pronto. De los vecinos se escuchan las peleas, las duchas, los baños, las conversaciones, el televisor, la música, las camas. No hay parques, paseos, escuelas, juegos, canchas, fontanas, clínicas, cafés, cines, bibliotecas, bares, restaurantes. Nada que huela a urbanismo. Se han entregado decenas de cuadras a las inmobiliarias para que hacinen allí humanos sin criterios por sobre los del zoológico. Miles de miles de personas pagan a rentistas, inmobiliarias y financieras toda su vida por ser arrojadas al gueto. Paso hoy 10 de enero por una farmacia. La vendedora me atiende, pero un electricista se instala con una escalera a revisar las conexiones del techo, sin mirar siquiera el entorno en el que se planta. El estrecho pasillo queda bloqueado. Es la única salida hacia los medicamentos. “Ahora no puedo salir a buscarle esto”, me dice, con cara de fatalidad y resignación, y con un cierto ánimo de complicidad. ¿Quizás podríamos charlar un rato?, pensará. Una gota de razón se filtra por su ser y

El AforistaWhere stories live. Discover now