»2

38 19 31
                                    

Una semana después

La lluvia caía impasible ante mis maldiciones. Justo cuando salía de cerrar empezó a caer un chaparrón tremendo. Para protegerme de una pulmonía me resguardé en el saliente del techo del supermercado. De pronto recordé que se me había acabado el champú así que aproveché para entrar y comprarlo. Como nuestro barrio era pequeño solo había un supermercado un poco cutre pero con lo necesario. Tuve suerte de que la dependienta estuviese demasiado centrada en su revista como para verme. A ella tampoco le caía muy bien.

Recorrí los pasillos dejando unas gotitas en el suelo que se resbalaban del cardigan. Cogí el bote y saqué los cinco dólares de la funda del móvil.

Llegué a la caja y extendí el producto a Hannah, la cajera. Despegó los ojos del papel para sonreírme, pero eso no duró mucho al reconocerme. Cambió sus comisuras alzadas por una expresión de fastidio y casi repulsión.

- Oh, son 4,99 dólares, por favor.- La última parte de la frase sonó un tanto hostil. Le tendí el billete un poco húmedo por mis dedos y ella lo agarró cuidando no tocarme. Mi boca se frunció consternada.

Aclaré mi garganta cuando el tiquet empezó a salir para buscar mi amabilidad. - Puedes quedarte el centavo.

Su cabeza se giró rápidamente primero mirándome entre rabiosa y incrédula, luego cambiando a una mueca maliciosa.- No, seguro que lo necesitas más que yo, pobrecilla.

Me lo tendió junto al recibo y el bote para cruzar las piernas de nuevo ignorándome. Suspiré pesadamente y miré a través de las ventanas. La lluvia se había calmado un poco y lo mejor sería irme antes de ser echada.

Cuando pude llegar al edificio divisé a Gabriel fumando apoyado en la esquina. Quedé anclada a mi sitio presa del temor. Sus ojos fueron subiendo con lentitud desde el suelo, con algo cercano cansancio hasta posarse en mi. Nos miramos a dos metros de distancia lo que parecieron horas. De repente miró hacia arriba y su cara se llenó de alarma.

Quise girarme pero él rápidamente agarró mi muñeca y tiró de mi haciéndome estrellarme en su pecho justo a tiempo para evitar que una gran piedra, que parecía haber caído del tejado, chocase en la acera donde hacía un segundo estaba yo.

La respiración se me entrecortó y mi cuerpo tembló. Gabriel me había rodeado con los brazos y había tirado la colilla con el apuro. Uno de sus antebrazos ejercía presión sobre mi cintura y con la mano libre sostenía mi espalda.

- Ha estado cerca.- Murmuró aún sin soltarme con la vista clavada en la losa hecha pedazos. Si eso me llega a caer en la cabeza no lo habría contado.

- Gra...gracias.- Movió la cabeza y se separó de mi, atravesándome con su gesto inquieto.

- ¿Te has lastimado?- Negué frenética. Su mirada subió buscando de donde se había soltado la losa.- Mañana subiré al tejado a ver de dónde ha caído esta roca. Es un peligro para todos.

- Tienes razón, puedo ayudarte,- Cerré la boca al recordar que tal vez estaba abusando de la confianza del momento.- B-bueno...mejor ve tú solo.

Abrió la boca arqueando una ceja pero no me quedé a escuchar lo que tuviese que decir. Eché a correr al interior del vestíbulo pasando por encima de los fragmentos de piedra. Puede que sea de cobardes huir sin embargo mejor ser cobarde y guardar un poco de dignidad.

~***~

Me encontraba conduciendo, con las manos aferradas al volante. Una bruma densa y espesa apelmazaba el ambiente y impedía la visibilidad del camino. Lo peor era lo rápido que se había condensado y expandido alrededor del vehículo.

Por alguna razón, lo único que me permitía mi cuerpo era pisar el acelerador, no gritar o hablar, solo mantener las manos al volante mientras pisaba ese dichoso pedal. La carretera era recta y a pesar de mi situación estaba tranquila, como si fuese un paseo normal. La niebla se disipó lo justo para ver una curva demasiado cerca para frenar.

Entonces, la adrenalina explotó de golpe. Todo sucedió demasiado rápido. Mis manos se volvieron gruesas, a la vez que mis piernas y cuerpo y al mirar en el retrovisor, vi que no era yo, sino mi jefe. Grité, bueno el señor Pieter gritó, y pisó el freno justo al derrapar y condenando a que el coche diese una vuelta de campana quedando boca abajo. El dolor estalló, no sé si en su cuerpo o en el mío y todo se sumió en la oscuridad.

Desperté, boqueando y bañada en sudor, por culpa del insistente aporreo en la puerta principal. Me incorporé, tratando de asimilar que había sido víctima de una pesadilla muy extraña. Estiré los dedos para girar el reloj y poder ver la hora. 3:28 de la madrugada.

Saqué las piernas de las mantas para meter los pies en las zapatilla y frotándome los ojos caminé torpe hasta donde no se detenían los ruidos.
Pero me detuvo por completo uno en particular.

— ¿Niara? Niara abre de una maldita vez.— Gabriel era el que estaba al otro lado. Entre la curiosidad y el miedo quité el pestillo, entreabriendo un poco la puerta.


— ¿Qué pasa?— Tuve que bostezar tapándome la boca.

Su expresión de angustia se transformó en una de frustración y enfado.— ¿Cómo que qué pasa? Estabas gritando como si fueran a matarte, joder.— Me apartó para quitar de en medio ese trozo de madera que me daba tanta seguridad y verme por completo.

Se quedó estático mirándome de arriba a abajo y caí en la cuenta de que llevaba un pantalón corto y una remera suelta sin el sujetador por debajo. Me sonrojé ante la potencia de su mirada y agradecí ser de piel oscura por una vez.

Sacudió la cabeza, pasándose la mano por los mechones desordenados y deduje que los pantalones de chándal y la camiseta blanca eran su pijama.

— Pe-perdón por despertarte.

— Da igual, pensé...— Dejo la frase en el aire y gruñó dando un golpe en el marco con el lateral del puño. Pegué un respingo de la impresión.— ¿Estás mejor?

— S-sí.— Sus ojos mieles escrutaban los míos castaños.

— Bien, me vuelvo a dormir.— Se dio la vuelta hacia su propio apartamento. Una sensación extraña me encogió el pecho.

— Espera.— Volvió la cabeza para que viese la mitad de su cara.— Gracias de nuevo por preocuparte.— Murmuré cohibida. No hizo ningún gesto y tras unos instantes oí el chasquido de su puerta cerrarse.

Definitivamente había abusado de la confianza con la última sentencia.

DiscriminationDonde viven las historias. Descúbrelo ahora