Capítulo 2: Te amo, dulce Viago

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El sol volvía como cada mañana pero esta vez no tomó a Vali por sorpresa. Este se aseguró de levantarse por todos los medios que pudo. Durmió temprano la noche anterior, bebió toda el agua que pudo, e incluso trato de meter un gallo a su habitación.

Este último, reconoció no era su mejor idea, el único resultado fue un desorden total en su habitación. Derribó algunos libros de Viago, revolvió las sábanas y por poco rompe la ventana. Aparte del desastre, su abuela no lo dejo ir sin un escarmiento.

Esto no lo molestó, y con una sonrisa alegre termino sus quehaceres para irse al bosque como lo estaba haciendo recientemente. Todas las mañanas la señora Ávila le preparaba un almuerzo para llevar.

Ella, por supuesto tiene en cuenta a las bestias que habitan en el bosque, pero su nieto se crio en ese bosque, ella misma le enseño los peligros y los trucos de la indomable GreeGarden. Sus conocimientos han pasado de generación en generación y a ella, por lo menos, nunca le han fallado.

Pero la mujer si estaba preocupada por algo, se notaba entre sus arrugas. Vali no había vuelto al bosque desde que comenzó sus estudios con Viago. La anciana vio a su nieto perderse entre el verde follaje y regresó dentro, no le interesaba especular, jamás había sido algo que ella hiciera. Sus instintos de mujer y de madre la guiaron bien.

Pero no todo era tan familiar y cálido para Viago. Esta resentía la ausencia de su sobrino. Era tan natural para ella tenerlo cerca por las tardes, casi lo sentía como su propio hijo.

Su caza inundada por silencio desde hace algunos días, el trabajo terminado por exceso de tiempo, su falta de amistades por el propio aislamiento. Todo esto la agobiaba, irónicamente esta calma era una molestia.

¿Qué hacer?, la pregunta que se repite incesantemente. Escribir novelas nunca se le había dado bien, la casa estaba reluciente, no tenía un amante con quien pasar el rato. Y algo vino a su mente, su suegra.

Desde hace un tiempo quería ir a visitarla, pero jamás supo cómo. La muerte de Cornel le afectó a ambas, pero la señora era más fuerte. Siempre se sintió avergonzada de su débil corazón, ni siquiera fue capaz de reclamar las cenizas de su marido.

Pero hoy era el día, no había vacilación alguna ni excusa que valga. Se empujó a si misma a salir del hogar. Caminando nerviosa hacia la taberna que su esposo adoraba. Ver el edificio le quito toda la valentía que tanto le costó ahorrar. Incluso estaba a punto de darse la vuelta.

-Hola Viago, tanto tiempo sin verte.- La voz alegre de la señora Ávila se escuchó a sus espaldas.

Se volteó nerviosa pues sabía bien que ya no podía escapar.
-Hola señora Ávila, es un gusto verla de nuevo.- Sonreía pero se sentía incomoda.

-Ven, pasa, pasa.- Con una sonrisa la forzó a entrar de una forma amable. Ya dentro, ambas tenían la oportunidad de hacer algo que postergaron por años. Hablar frente a frente.

-¿Cómo has estado querida?- Mientras limpiaba unos vasos, fue directo al punto.

-Algo cansada, el trabajo de hacer y copiar mapas es arduo.- Responde la mujer con una sonrisa.

-Sabes que no me refiero a eso.- En palabras suaves, lentas y firmes, destruyo todas las salidas de Viago.

La atmosfera se volvió tensa, era algo difícil de hablar para ambas. Viago no había tocado ese tema durante un largo tiempo. El silencio se hacía presente y solo se interrumpía por el chirrido del vidrio contra el mantel que se encargaba de pulirlo.

-No le he olvidado.- La cabeza baja y los ojos sombríos casi a punto de estallar en lágrimas fueron percibidos por la anciana.

-Lo se cariño, y nunca lo harás.- La mujer hablaba compasiva tratando de no quebrarse por dentro.

Ávila: Cazadores de liverdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora