Capitulo 4

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La miserable y sobre todo ruidosa alarma me sacó de mi placentero descanso. De un gran golpe la obligué a callar para luego restregar con mis puños cerrados mis ojos aún medio hundidos en el sueño, mirar al techo y pronunciar para mis adentros "No hay marcha atrás"
Me levanté y proseguí con mi rutina matutina. Un baño de agua tibia, vestirme aún con mis párpados luchando por no cerrarse, un plato de cereal acompañado de leche fría y un peinado a medias.
En mi mochila no había nada, pero igual la tomé, también alcancé a agarrar un lapiz viejo y una libreta de las muchas que había elegido Ana que encontré en el cuarto de estudio, esta me gustaba, tenía un perrito, un adorable bulldog.
Salí de la gran casa a enfrentarme a la tenue niebla que hacía juego con el penetrante frio de la mañana.
La escuela no quedaba muy lejos, siempre iba caminando, o bien, corriendo.
Ese día, especialmente, me había levantado mucho más temprano que de costumbre, así que me concentré en caminar con calma y examinar cuidadosamente cada paso que daba en intento de distraerme del agobiante futuro que se venía cual estampida encima mío.
Pronto me dí cuenta de que a pesar de haber ido bastante lento, de igual manera llegué muy temprano a la escuela.
Crucé la puerta en la esperanza de que me esperara algo así como una gillotina en el umbral de la misma que se dignara ayudarme. Nada pasó.
No sabía que debía hacer, era el primer día, todos en absoluto se reencontraban con sus amigos para presumir sobre sus vacaciones o contar un sinnúmero de anécdotas graciosas o entretenidas.
Abrazos por todos lados. Que asco.
Caminé lentamente por entre la manada de personas poniendo atención a cada expresión que salían de sus desesperadas lenguas, simulando estar en busca de alguien, fingiendo no estar completamente perdido allí.
Divisé a mis amigos a lo lejos, mi equipo de deporte. Decidí acercarme a ellos, tal vez aún no se habrían olvidado de mi miserable existencia.
Uno de ellos posó su mirada en mí, de arriba a abajo. Luego todos se enteraron de lo que pasaba. No sabía como reaccionarían, así que solo me expresé con un saludo mudo.
Hicieron una expresión bastante extraña, aún no tengo idea de como poder entenderla, me bastaba con saber que no era nada bueno. Avergonzado, mi mano volvió a mi bolsillo.
Por si es que antes no me había quedado claro el hecho de que estaba solo, y no hablo de ese espacio en particular, precisamente.
Estaba inmerso en mi mente cuando sentí una tímida mano tocándome la espalda.
Jamás estuve tan feliz de voltearme y verla ahí. Puedo casi asegurar que vi alas, alas de ángel, las alas de Ana.
La abracé automáticamente, sin pensarlo dos veces. Ya no me sentía solo.
Noté a Ana un poco sorprendida, pero de todas formas ella correspondió a mi necesitado abrazo. Sus brazos eran cálidos, me rodeaba un aura pacífica que no podría acabar de describir.
Los minutos se volvieron segundos y en menos de lo que esperaba el desgraciado timbre que anunciaba el comienzo de mi desgracia, sonó. Pude sentir como todos se callaban a mi alrededor aún pudiendo ver sus labios moviéndose.
Los profesores en su intento de cargar con un montón de miserables ratas gritaban sin control. Debíamos ubicarnos en nuestros cursos correspondientes para nuestra inminente separación.
Suspiré dando media vuelta en dirección a un número que se me hacía bastante familiar. No sentí a Ana cerca, me pregunté qué podría haber pasado, giré la cabeza sobre mi hombro en señal de confusión, ella me plantó una mirada tímida.
-Debes ir.-Dijo en lúgubre tono.
Bastó para recordar que ella estaba en mi clase del año pasado, que hasta ahí había llegado todo. Ana no había reprobado.
Mi mundo cayó al suelo de nuevo.
Lancé una seña de despedida, y una sonrisa algo forzada, ella me imitó y salió en busca de sus amigos, en dirección opuesta a la mía.
Estaba perdido y lo sabía.
Observé como todas esas torpes avispas se amontonaban para recibir enérgicamente ese dulce tarro de miel. Yo le llamaba a eso prisión, pero ¿Qué más da?
Los seguí caminando lentamente tras sus ansiosas pisadas.
Nos obligaron a sentarnos en el frío suelo de ese mismo patio. Estaban apunto de llamar por lista, dividirnos en dos grandes mitades.
Todos, en extremo nerviosos, se apretujaban de las manos, como si eso los fuera a salvar de los papeles ya previamente impresos, era su sentencia.
Yo me limité a observar como todos se lamentaban o regocijaban en igual cantidad. Era de cierto modo entretenido contemplar esa escena al estar completamente ajeno a ello.
Los cursos se separaron y pude notar en muchos lágrimas amenazando con salir de sus ojos, dando su última despedida antes de inmersarse de nuevo en el mundo de la realidad.
Era divertido ver a los torpes profesores acorralando gente en el intento fallido de mantener el orden para que entraran en sus respectivas aulas.
Recuerdo haber estado allí, odiando a los profesores que ardían en furia a causa mía.
En definitiva aquella tarea de ser nada más que un espectador me estaba comenzando a gustar, o por lo menos me adaptaba.
Pude verlos entrar y reclamar ferozmente sus puestos, haciendo posesión de los pupitres de su alrededor con una delicadeza animal.
Todos corrían por doquier.
Pero al fin, en medio de aquella desesperante correteada, logré hallar un lugar, justo en la esquina del enorme salón, se asomaba curiosamente junto a la gran ventana. Era perfecto.
Caminé hasta llegar a tal lugar.
Nadie parecía quererlo, así que lo tomé yo.
Colgué mi mochila detrás del asiento y me digné a continuar con mi papel de observador.
Todos estaban ya un poco más calmados (en la media de lo posible, claro está).
Noté a una chica desconcertada en medio de todo el griterío, estaba en busca de un lugar, al parecer estaba falta de expectativas en cuanto a un lugar junto a alguien. Probablemente de nuevo ingreso, pensé.
Quise intentar ser lo más amable posible, o tal vez fue sólo un impulso; le ofrecí una pequeña pero cálida sonrisa como también un asiento al frente del mío. Se veía algo confundida, al parecer quiso ignorar mi gesto, pero no despreciaría el asiento. Se dirigió hacia él cuando alguien más corrió a tomarlo.
Ella paró en seco y, avergonzada, dió media vuelta para proseguir con su busqueda.
No dije nada, no era algo que me correspondiera a mí.
Siguiéndola con la mirada, casi inconscientemente, noté que una chica que parecía ser bastante agradable le ofrecía un pupitre junto al suyo, ella sin decir nada lo tomó y posó su mochila en el suelo.
Ignoré lo que había pasado y esperé a que el ajetreo se calmara para que el profesor comenzara a hablar.
No estoy seguro del todo de qué aburrida introducción dió en un principio, en cuanto empezó con el monólogo al que todos fingían poner atención, volví a perderme en mi cabeza.
Sólo logró liberarme de ello un comentario que aunque sonó lejano, no paró de resonar en mi mente: "Grupos de tres"
¿Grupos? ¿De tres? ¿Qué tenía en el cerebro ese tipo? Él esperaba que entablara una especie de relación con un ser humano completamente desconocido para mí. No, con dos.
No terminó de hablar y esos escarabajos ya estaban desesperados revoloteando por todo el lugar.
La puerta se abrió y traía noticias con ella. Agradables noticias para mí.
Ahí estaba Ryan, tomado por la nuca por la profesora que más detestaba. Ambos rostros demostraban un disgusto terrible.
Fue ahí cuando el silencio se hizo presente, dando a la opresora del pobre chico unos segundos para explicar su estancia allí.
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⏰ Última actualización: Aug 05, 2017 ⏰

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