sixteen ; ouch.

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n/a ; no me odien.

Lauren POV

Las agujas del reloj de la oficina del rector giraban tan lentamente que me desesperaban, llevaba esperando aquí media hora y ya estaba a punto de salir por la puerta e irme a cualquier lugar. Además de que la asquerosa sangre de aquel chico manchaba la mía, y ya estaba algo seca, por lo que las ganas de vomitar eran muchas. Cuando el hombre se digno a entrar por fin a su oficina y tomar asiento en su sillón de terciopelo, fue cuando baje mis pies de la extensa mesa y guarde mis compostura. El hombre carraspeo y puso ambos codos sobre el escritorio, examinándome con cautela, para luego llevar sus manos a sus rodillas, supongo, no veía más abajo de su vientre.

— Siento la demora, Lauren, veras, debía terminar de revisar algunos asuntos pendientes, ya sabes, mantener el orden en un instituto a veces es tedioso. — Asentí mientras usaba mis manos como medio de entretención, estar en una oficina, una autoridad y tú, no era muy agradable, a menos que fuese para darte felicitaciones o buenas noticias, cosa que no me esperaba, luego de golpear a un pobre tipo nadie me iba a felicitar, a  menos que fuesen mis amigos, que se alegraban y festejaban cada vez que uno de nosotros le partía el culo a alguien. — Me imagino que debes saber el por qué estar aquí, ¿No?

— Sí. — Contesté firme y segura, yo no era como esos chicos que en público eran unos machos y frente al rector unas sumisas, que pedían disculpas, se hacían los desentendidos y se salvaban de cualquier castigo otorgado.

— Lauren... sabes las reglas de aquí, no puedes ir golpeando a alguien por la vida solo porque sí, solo porque te molesta su existencia. ¿Lo entiendes? — Fruncí el ceño mientras pensaba en cuantas fueron las veces que Camila fue agredida solo porque sí, pensé en lo injusto que era esto, golpear a un idiota y tener un castigo, pero golpear a una chica en silla de ruedas y salir sin ningún tipo de sanción era ilógico.

— ¿Que hay de la chica en silla de ruedas? ¿Eh? — Me levanté de la silla llena de furia mientras encaraba al hombre. — ¿Que hay de los golpes y la humillación que le dan? — Golpeé mis palmas contra su escritorio, el hombre se exaltó al ver mi acción, pero nada podía hacer para controlarme, mis venas sobresalían y mis dientes se apretaban cada vez más. — ¿Acaso se está haciendo el tonto frente a esta chica? ¡Respóndame!

Hubo un silencio incómodo donde lo único que se escuchaba era mi respiración agitada por el enojo. Pasaron exactamente cinco minutos y medio para poder calmarme un poco, hasta poder volver a tomar mi asiento frente al rector, quién miraba la punta de su pluma, pensando quién sabe qué cosa.

Luego de un rato comenzó a escribir algo sobre uno de sus folios, arrancó la hoja y la deslizó hacia mi, sin apartar la vista dude en tomarla o no, pero al final lo hice, sin siquiera leer la nota.

— Necesito que lleves esto a tus padres, Lauren, tengo que hablar con ellos. — Arregló las mangas de su chaqueta y el cuello de su camisa mientras se dirigía a la puerta, apenas toco el pomo de esta se volteó hacia mí. — Espero que no vuelvas a golpear a mi hijo. — Se fue sin decir nada más.

Era increíble lo corrupto que podía ser todo, si golpeé al chico fue porque estaba molestando a alguien que no tenía las mismas capacidades que él, no era que Camila fuese inferior a él, pero cualquiera con sentido de razonamiento se daría cuenta que no puede hacerle daño a alguien más, y menos si de una chica en silla de ruedas se tratase.

Llevaba mis puños apretados y apenas arrastraba mis pies para caminar, podría golpear a cualquiera que se cruzase en mi camino de lo enojada que estaba y la rabia que sentía, di vuelta el pasillo entrando al baño, no sin antes otorgar un fuerte portazo, que quizás se escuchó hasta el exterior, pero me daba igual, necesitaba descargar mi enojo con objetos y no personas. Abrí el grifo lo máximo que se podía, el agua salía disparada chocando contra el mármol del lavamanos y rebotando hacia mi ropa, dejando pequeñas marcas de agua, metí mis manos bajo la furiosa corriente de agua, mojando mis manos para pasarlas con fuerza sobre mi rostro, y así calmar el rojo intenso que llevaban mis mejillas, en realidad, toda mi cara, mi tono de piel ayudaba a que el color rojo se contrastase mucho más en mi cara, dándome un aspecto horrible, mi cuerpo blanco y mi rostro rojo. Me miré al espejo dándome cuenta que atrás de mí se encontraba a quien menos quería ver en esos momentos.

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