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No paso mucho tiempo para que Oliver tuviera que cumplir su condena, tras haberse recuperado del accidente que dejo unas pequeñas marcas en su rostro. La idea de estar en prisión por razones obvias, lograba que pasar el acceso a la cárcel se tornara una hazaña de coraje, en estas horas de tensión que lo ponian como una vaca a punto de ingresar a un matadero. Bien que era un delincuente asumido como tal, nunca pago por romper las leyes y por sacar provecho de drogadictos, abriéndole a ellos las puertas para que iniciaran su camino, a un final inminente que les traía un beneficio para el resto que tenían el papel de vendedores, y así compraban un pasaje exclusivo a un mundo de ilusiones. En cambio sus "amigos" no les interesaba estar tras las rejas, el por el contrario nunca tuvo ningún tipo de inclinación a la idea de ser un pájaro, enjaulado por un inocente error de un chiquillo sin experiencia, a pesar que suene patético esta falla la cometían tanto hombres como mujeres, con el traslado de la mercancía. Se las ingeniaba para que estos sucesos al perpetuar su fechoría estuvieran impune, a tales acusaciones que solían sufrir sus camaradas, aunque era prevenido en una medida bastante excesiva, no se libraba que lo hubiesen sorprendido consumiendo sus propias drogas.

Pero ahora todo eso ya no importaba, detrás de estas murallas él era un prisionero más. Trato de relajarse apartando su sentimiento compungido, y se enfrentó a sus miedos, por consiguiente estando ya dentro de la cárcel, lo registraron hasta los lugares más privados, desde la cabeza hasta los pies, no permitían que cualquier lugar de su cuerpo, pasara de alto y no fueran vistos por sus propios ojos. Oliver ya rendido se lamentó más que de él y su recto, se compareció de los trabajadores, que tenían que lidiar todos los días, con malhechores tocando las haces, de desconocidos.

Obligado en dejar al descubierto, toda su piel teniendo como publico a los trabajadores de la prisión, que lo observaban como un simple objeto en su rutina de trabajo. Intento disimular su verguienza mirando fijamene el suelo de un color funebre, a medida que se quitaba los jens azules y los bóxer.

Para suerte suya la que se encargó del registro de los nuevos reclusos, era una mujer de un complexión voluminosa y robusta, de brazos grandes propios de alguien pasado de peso, sus senos eran exuberantes y bien formados, gozaba de unas curvas similar a un ocho, y la faz de la señora era casi inexpresiva. Los pequeños ojos cafés de la enfermera examinaban a los hombres indiferente a la desnudes de estos mismos, ya por la cantidad de hombres de todas las edades que revisaba en la prisión hizo que el cuerpo humano, le pareciera ordinario y corriente ademas no despertaba en ella ni el mas mínimo deseo morbidez y lujurioso. Se puso los guantes de látex apática al alrededor dijo con una voz alta y dura.

-Posicionen sus manos en la pared que esta en sus espaldas y habrán las piernas en linea recta.

El guante que protegía sus gruesos dedos penetraron rápidamente en su ano, moviéndose con el propósito de encontrar cualquier tipo de objetos en sus cavidades. Quería quejarse pero se le imposibilitaba, no era el único en esa habitación, estaban más sujetos en su lugar, antes que el que no emitían ni el más mínimo gemido, sabía que si expresaba su malestar, estaría bajo la etiqueta del débil entre todos esos seres rudos, llenos de tatuajes o de ira y rencor contra el mundo, pese a estas conclusiones era incapaz de disimular la incomodidad que estaba sintiendo su trasero.

Luego de completar el registro físico, se le entrego su uniforme de prisionero, los elementos básicos que necesitaría una vez ya estando ingresado. Honestamente estaba muy nervioso y la inquietud lo dominaba, a tal grado su pecho estaba a punto de explotar ¿acaso se transformaría en la víctima de tantos delincuentes y asesinos?, ¿cómo lo recibirían?, era poco probable que fuese una bienvenida acogedora, ¿qué podía esperar de la muchedumbre más que sus gritos?, pero lo más importante ¿cuál sería su papel en la prisión? Tenía claro que esta se domina entre los reclusos como una jerarquía, donde él puede ser perfectamente el rango más bajo. La apariencia no lo ayudaba a comparación del resto, parecía mucho más delgado de lo que era en realidad, aunque toda su vida pensaba que estaba dentro de lo que era normal, no obstante ahora rodeado de cuerpos musculosos y enormes le hizo cambiar de idea. Respiro hondo siguiendo el paso del guardia, que mandaba a su grupo diciendo un discurso sobre la estructura del edificio, donde estaba ubicado cada parte de este, y datos relevantes, pero no para que Oliver les tomara su verdadero peso.

Al llegar a las celdas se le dejo a cada uno en la que le pertenecería durante un tiempo prolongado, estas tenían cuatro camas, y una pequeña ventana con barrotes de considerable ancho, las sabanas eran azules, de almohadones de algodón. Solo estaban presentes dos personas, Lucas un chico de 18 años, de cabeza rapada, poseía ojos almendrados, de un color miel demasiado claro de un aspecto cálido y penetrante, a diferencia de su piel negra bien cuidada, sus pestañas eran largas, de un aspecto que ambicionaría cualquier mujer, de igual manera que esa espalda ancha, que incluso debajo de su ropa tenía un toque sexy. Estaba acostado cómodamente en la cama inferior, leyendo el libro "La casa de los espíritus", sin asimilar la existencia de Oliver.

Robert el otro hombre de la celda, era completamente lo opuesto, su piel transparente provocaba escalofríos no solo su palidez, también la cicatriz de su moflete, sus ojos pequeños de una tonalidad castaña, lo miraban con una sonrisa en su semblante, lo único que tenían en común con aquel varón de espalda ancha, era su estatura.

-Bienvenido te toca la cama de arriba.-Interrumpió el muchacho que sostenía el libro.

-¡No le hables así!, ¿no vez que estas asustado el novato?

-¿Desde cuándo tanto interés en el prójimo?-Se burlo.- ¿Sera el siguiente en tu lista?

-Quien sabe-Contesto pícaro.

-¡Oye! ¿Te acostarás con este retrasado?

Oliver los observo confuso a los colegas, que de manera tan apresurada sacaban sus conclusiones.

-Ganaras mi cama por una noche-.Le guiño el ojo el hombre.

-Muchas gracias pero no.

-Te dije pendejo, la pequeña Pocahontas no es tonta ¿quién se acostaría con un tipo, que tiene un dedo pulgar en vez de un pene?

-Tal vez sea pequeño, pero te hará gozar de puta madre.

-Cierra tu maldita boca.

Luego que deseara no estar desnudo por segunda vez como un pedazo de carne, al igual que una carnada para una multitud de ojos, se fue apresurado a los baños antes de la hora dictada, luego de descansar en la cama de la celda, afortunadamente en el momento que se fue, sus compañeros ya no estaban presentes. Cuando llego a los baños contemplo como dos muchachos disfrutaban el gozo del placer, en el interior de una de las duchas, mientras caía el agua, sobre sus cuerpos totalmente expuestos. El primero que llego a divisar por su color oscuro, y su espalda trabajada gracias a una rigurosa rutina de ejercicio. Estaba ubicado a las espaldas de su semejante, le rodeaba la cintura con sus enormes brazos disminuyendo la distancias que se tornaron inexistentes, entre ambos individuos. El negro beso desde su hombro delgado y pálido hasta llegar a la oreja, susurrando los dulces apodos que se tenían en las horas furtivas de su intimidad, con el fin de estar más próximo a su pareja junto más su entrepierna con el trasero de su amante.

-No quiero aquí van a venir en cualquier momento.

-¿Realmente importa?-Contestó con un tono dulce.

-Claro que importa.

-Pero si aquí entre todos nos hemos visto hasta la conciencia.

-Solo quiero privacidad ¿es mucho pedir?, estoy aburrido precisamente por eso, no quiero ser visto por los demás.

-Vale lo haremos en otro momento, luego que se bañen todos regresamos como en nuestra rutina, ¿está bien?

-Bien.

Oliver notando que su presencia era inapropiada para el suceso de esta relación, trato retirarse sin ser descubierto. Cauteloso camino por el mismo lugar, que había entrado y su única salida, si quería ahorrarse un instante de suma incomodidad, debía ser lo más ágil y silencioso, pero estos intentos serían inútiles el chico que abrazaba al otro hombre, era nada más y menos, que su compañero de celda. No tardó en darse cuenta que estaba a su parecer invadiendo su sitio de reunión.

Un instante casi inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora