Intervalo 6 : El Fin

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Salto del bus y echo a correr buscándola...

No logro encontrarla por ningún lado, maldigo en voz alta.

La perdí... Y más importante aún...

¡¡Perdí el maldito bus!!

Meto las manos en los bolsillos, y echo a caminar hasta la siguiente parada, decido cortar camino y zigzagueo entre las calles, el cielo se nubla y la lluvia empieza.

Maldigo mentalmente y me froto el suéter para calentarlo, sepulto mis manos en los bolsillos mientras que la lluvia empieza a humedecer mi cabello.

Dejo que los pies me guíen.

Entonces al doblar por una de las esquinas...

Casi me doy de cara contra ella...

Nos observamos sorprendidos, una tímida sonrisa se dibuja en nuestros rostros.

No sé qué hacer...

Pero ella sí...

Me abraza...

Mi cuerpo entero se tensa y relaja al mismo tiempo, una extraña sensación de confort me invade.

Envuelve sus brazos alrededor de mi torso y recuesta la cabeza en mi pecho, me cuesta un poco responder, pero finalmente mis brazos la rodean y la sujeto contra mi cuerpo, cierro los ojos, apoyo mi rostro sobre su cabeza y ambos susurramos un casi inaudible "Hola".

45 AÑOS DESPUÉS

Odio este día.

La fiesta, los colores, las risas, la música, el pastel...

Estos chicos me recuerdan a su madre...

Ella aportaba la energía necesaria para que yo funcionara este día...

Odio mi cumpleaños.

Me cantan entusiasmados y mis nietos me imploran que muerda el pastel; riendo les obedezco, los cinco se aprovechan de mi gentileza y sumergen mitad de mi rostro en este, no paro de reír al ver las fotos de mi barba completamente llena de pastel.

Ayudo a Lucy y Rey a repartir las rebanadas a cada invitado, pero no como la que me corresponde, abro botellas de vino y cerveza, pero apenas si probo un trago, ayudo con la música, pero apenas si acepto bailar con la pequeña Laura de 4 años.

Sólo pienso en salir.

Leo me avisa que ya no queda soda para los niños, le doy una palmada en el hombro y le agradezco mentalmente por la oportunidad, objetando que aún no soy un viejo inútil salgo solo de la casa.

Camino sin dirección aparente, pero conozco mis pies... Sé que me llevaran a donde debo llegar.

La entrada está cerrada, pero el celador me regalo una copia del código de la llave, abro el candado e ingreso al cementerio.

Camino entre las tumbas, rodeo un par de mausoleos y llego a mi destino, me siento sobre el mullido césped y remuevo varias hojas muertas de la lápida.

Recuesto mi vieja espalda y observo el cielo estrellado.

- ¿Hace cuánto vienes aquí?

-Te lo dije el otro día.

-Ella... ¿De qué murió?

-No quiero hablar de ello.

- ¿Sera este el día?

-Si... Ya no me queda nada...

-Va a ser una tortura... No podrás volver... Esto siempre sucede cuando los retazos terminan de juntarse.

-Lo sé.

- ¿Entendiste la lección?

-Sí, hace bastante tiempo.

- ¿Vas a despedirte?

-No... Estarán mejor sin mí en la fiesta.

-Me refería a...

Levanto la cabeza y observo la lápida.

-Nos despedimos y saludamos un millón de veces.

- Una más no hará daño.

-No... jeje... No hará daño.

Levanto la espalda escuchando un millón de quejidos en mis vertebras, con dificultad me pongo de pie y observo la lápida.

- ¿Te rendiste alguna vez?

Una sonrisa se dibuja en mis labios y barba.

-Jamás.

-Hora de irnos...

-Bien.

- ¿Listo?

-...

- ¿Listo?

Sonrío y apoyo la mano en la lápida.

-Te veré pronto.

SerendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora