Capítulo 4

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-Así que, ¿tu nombre es Eloise? - Albert observó atentamente a la rubia frente a él. No era la primera a la que entrevistaba en los últimos días, y solo buscando un reemplazo para la madre de su hija, se escuchaba algo estúpido, pero desde que tomó la decisión de no buscar a Candy para cumplir lo que la pequeña Rose tanto deseaba; su estudio en casa se convirtió en un hervidero de rubias de ojos verdes.



De haber sido por él, a la primera mujer que se presentó la hubiese contratado. Pero Rose podía ser tan terca como él cuando se lo proponía y cada que llegaba alguien nueva se colaba a la habitación y se sentaba a su lado con esa pose de señora chiquita que estaba al mando de la casa, y por desgracia, también de su padre.



Como ahora, mantenía los bracitos cruzados sobre su pecho y el ceño levemente fruncido. Expresión que iba dirigida exclusivamente a él, por desgracia. Aunque tampoco la culpaba, esa chica frente a ellos parecía más apropiada para "la casa de las conejitas" que para una madre abnegada. ¡Y menos para ser la madre de su hija!



La voluptuosa chica se revolvió inquieta en cuanto su hija puso su mirada sobre ella.



-Sí señor -. Su mirada, que a su llegada había sido de leona depredadora, ahora era de gatita asustada.



-¡No la quiero! - Interrumpió Rose sin dar tiempo a nada más. El volumen de su voz, así como su expresión facial dejaba muy claro que no dejaría, por enésima vez, que su padre contratara a alguien que no fuera la chica de la revista.



-Rose... - habló Albert conciliadoramente -. Por favor hija, te tienes que decidir por alguna joven, no podemos seguir así...



-Tú ya sabes a quien quiero, papi.



Tenía los ojos llorosos y por primera vez en todo ese tiempo de boicot, demostró la niña de siete años que era y en ese momento supo porque estaba cumpliendo sus caprichos y aceptaba su voluntad para todo.



Estaba sola, sin su madre, y eso la hacía vulnerable. La amaba y su instinto protector deseaba evitarle todo el dolor posible, y si eso equivalía a tener que arrastrarse a los pies de esa mujer sin corazón que, para empezar, la había abandonado sin consideración alguna; lo haría. Valía más la felicidad de su pequeña, que su orgullo de hombre. Además, solo serían unos días, y le dejaría muy claro que, si de alguna manera su pequeña salía dañada, o si se negaba a acompañarlos y seguir con la farsa, la destruiría. Arruinaría su carrera y se aseguraría de que terminara como pordiosera en las calles.



No se tentaría el corazón al tratarse de su hija. Así que, con determinación, miró a la joven frente a él y la despidió.



-Lo siento señorita, y lamento hacerle perder su tiempo, pero ya no necesito sus servicios. Mi secretaria -, a la que tenía trabajando en su casa por esas entrevistas -, la acompañará y le dará una compensación por su pérdida de tiempo.



La chica retomó su postura y salió meneando exageradamente las caderas, tal vez queriendo mostrarle al rubio de lo que se perdía. Él sonrío, moviendo la cabeza en negación, conocía a muchas como ella y no tenía que pagarles. Olvidando sus desviados pensamientos, se centró en la única mujercita que lo hacía bailar al son que ella deseaba, y así sería por siempre.



-No te preocupes, corazón, me encargaré de que la mujer que has escogido, sea tu madre el tiempo que la necesites.



-¿De verdad, papi? ¿Me lo prometes? - La ilusión con la que lo observó, desvaneciendo por completo su mala cara, le dio la seguridad a Albert de que lo que pensaba hacer era lo correcto. Aunque muy dentro de él sabía que no quería verla ni en pintura. Aun así, sonrió a su pequeña hijita, y le dio un fuerte abrazo.

I don't know you anymore.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora