Capítulo 9

1.1K 138 80
                                    


Amor.

Era increíble lo que el amor podía hacer en una persona, ella lo estaba experimentando con Rosemary. Y supo que, si no podía tener el amor de Albert, sería feliz porque su hija la quería.

La mañana llegó con rapidez asombrosa. Eran las cinco treinta y Candy ya estaba despierta, era un hábito que no podía dejar atrás. Como si fuera un ritual, se duchó con agua fría y observó gustosa su reflejo en el espejo, ya tenía un aspecto decente. Decidió que llamaría a Dorothy y juntas irían a "su nave nodriza", le hacía falta un masaje y tal vez algún tratamiento en todo su cuerpo. Era algo irónico, ella que siempre pensó en todo eso como una tonta frivolidad, ahora parecía que no sabía hacer otra cosa.

No llevaba ropa sencilla, la única había sido la que utilizó la noche que llegó a la mansión, pero no se la pondría nuevamente, el aroma de la loción de Albert se había quedado impregnada en las prendas, después del beso que se dieron. Y sabía que era algo infantil y ridículo, pero no quería que desapareciera su aroma. Así que buscó en su guardarropa algo casual, pero no encontró nada. De por sí no llevaba demasiada ropa, se suponía que ese día tendría que estar de regreso a Francia. Solo había llevado lo esencial para sus pocos días en la ciudad. Así que tendría que ir de compras, como si eso le disgustara.

Tomó un vestido hecho a la medida junto con sus zapatillas, regalo de un diseñador. Era su modelo favorita, porque siempre cumplía sus caprichos, así que esa era un diseño único, exclusivo para ella. Debía admitir que con él se sentía bien, segura de sí misma, casi normal, pero las esmeraldas incrustadas en los finos tirantes que parecían abrazarle hasta su estrecha cintura, le recordaban que no era normal. Ante la soberbia que imagen que le daba el vestido, recogió su cabello en una coleta alta, para dar el toque sencillo que quería. No usó maquillaje, le gustaba darle un respiro a su piel.

Antes de salir, mandó un mail a Neal que a esas horas ya debía estar sufriendo un aneurisma o algo parecido, al ver que no llegaría.

Salió con paso decidido a la habitación de su hija. Estaba cerrada, así que tocó levemente, pensando que tal vez aún no se despertaría. Pero la sorprendió una atractiva mujer castaña, de ojos grises, abriendo la puerta. La mujer la miró inquisitivamente, levantó una ceja y preguntó malhumorada:

-¿Dígame? - Candy no se ofendió, debía ser la niñera de su hija y no sabría nada de ella, el día anterior, Mary le había comentado que la mujer estaba de vacaciones, pero llegaría en esos días.

-Soy la mamá de Rosemary - dijo Candy con una sonrisa en el rostro. La misma que se desvaneció, cuando la mujer la miró como si fuera una idiota, esperando que esas palabras cambiaran algo en ella.

-¿Y? - "¿Y"? ¿Cómo que "Y"? La paciencia de Candy se agotó, esa mujer era una empleada y se tomaba atribuciones que no le correspondían. Si bien tal vez no sabía que la madre de la niña estaba en casa, ya se lo había dicho y su actitud era más bien como si estuviera protegiendo su terreno, como si fuera la dueña de la casa. Un pensamiento cruzó por su mente, tal vez se sentía así porque Albert le había dado el control de la misma. Pero, ¿hasta qué punto llegaba ese control? ¿Y cómo se lo había ganado?

Decidida a no adentrarse en pensamientos destructivos para ella misma, al menos tomaría el lugar que como madre de Rose tenía en esa casa, además, Albert le había dicho que se sintiera como en casa.

-Pues que deseo ver a mi hija, hágase a un lado. - Pero no esperó a que la "mujer guardiana" se alejara de la puerta, pues al parecer no lo haría. La hizo a un lado y entró. Cuando Rosemary la vio, corrió a abrazarla y darle besitos en la cara. Su hija se veía feliz.

I don't know you anymore.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora