Mañana, mañana... ¿Por qué no hoy?

10 1 0
                                    

Y siempre era igual. Ni un beso. Ni un saludo. Ni un gesto. Nada.
"¿Me dejas el móvil?" Arrebatártelo de las manos era lo único que sabía hacer. Eso, junto con algunas cosillas más: mirarte con desprecio, insultarte a escondidas o a la cara, reírme de ti, humillarte en público y a solas... Y más cosas que solo tú y yo sabemos. Siempre igual.

Pero me dolía. Me dolía no poder reconocer que te quería. Y te quería de verdad. Y te quiero.
Sé que a ti también te dolía, aunque, como yo, no lo mostrabas. Pero aun así, tú también me querías. Y me cuesta reconocerlo, pero es así.

Padre. Padre e hija. Hija y padre. Amor infinito. Amor escondido.

Bego. Bego me ayudaba a quererte cada vez un poco más. A reconocerte como papá. A intentar dejarme querer por ti.
Y qué caprichosa la naturaleza al no dejarme hacer caso a Bego por lo menos una vez: decirte "te quiero" antes de que te fueras.
Le podías haber pedido a Jesús quedarte un poco más con nosotros. Seguro que te habría hecho caso.

Pero no.

¿Por qué dejar las cosas para más tarde cuando podía haberlas hecho en el momento? Podía haberte dicho que te quería antes de que te fueras.

Pero no quise.

Cartas para PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora