Único

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-Sé que no dejaré a mi hermana en vuestra corte -contestó Jace- y puesto que no hay nada que averiguar ni de ella ni de mí, ¿quizá nos haríais el favor de liberarla?
La reina sonrió. Era una sonrisa hermosa y terrible. La reina era una mujer bella; ella tenía la belleza inhumana de las hadas, más parecida a la belleza del duro cristal que a la belleza de un humano. La reina no aparentaba ninguna edad en particular: podría tener dieciséis o cuarenta y cinco años. Jace supuso que algunos la habrían encontrado atractiva -algunas personas habían muerto por el amor de la reina-, pero a él le provocaba una fría sensación en el pecho, como si hubiese tragado agua helada demasiado rápido.
-¿Y si os dijera que puede ser liberada mediante un beso?
Fue Clary quien replicó, perpleja.
-¿Queréis que Jace os bese?
Cuando la reina y la corte se rieron, la sensación de frío en el pecho de Jace se intensificó. Clary no entendía a las hadas, pensó. Él había intentado explicárselo, pero en realidad no había ninguna explicación. Lo que la reina quería de ellos no era un beso de él; ella podría haberlo pedido sin todo este espectáculo estúpido. Lo que ella quería era verles atrapados y luchando como mariposas. La inmortalidad te hacía eso, había pensado él a menudo: embotaba tus sentidos, tus emociones; las fuertes, incontrolables y lastimosas reacciones de los seres humanos eran para las hadas como la sangre fresca para un vampiro. Algo vivo. Algo que ellos no tenían por sí mismos.
-A pesar de los encantos del joven -dijo la reina, dirigiendo una veloz mirada a Jace; sus ojos eran verdes como los de Clary pero en absoluto como los de Clary-, ese beso no liberaría a la muchacha.
-Podría besar a Meliorn -sugirió Isabelle, encogiéndose de hombros.
La reina negó con la cabeza lentamente.
-No. A nadie de mi corte.
Isabelle alzó las manos; Jace quiso preguntarle qué esperaba: no le habría importado besar a Meliorn, así que obviamente a la reina no le interesaría. Había sido un ofrecimiento noble pero Iz, al menos, debería conocerles mejor. Ella había tratado con las hadas antes.
Tal vez no era sólo saber la manera en la que Pueblo Mágico pensaba, se dijo Jace. Tal vez había que ser cruel para saber que la gente disfrutaba la crueldad. Isabelle era desconsiderada, y algunas veces vanidosa, pero no era cruel. Ella se echó el pelo hacia atrás y frunció el ceño.
-No pienso besar a ninguno de los tres -declaró ella firmemente-. Que quede claro.
-Ni falta que hace -dijo Simon, dando un paso-. Si un beso es todo...
Él avanzó hacia Clary, quien no se apartó. El hielo del pecho de Jace se convirtió en fuego líquido; apretó las manos contra su cuerpo cuando Simon tomó dulcemente a Clary por los brazos y miró su cara. Ella apoyó sus manos en la cintura de Simon, como si lo hubiese hecho un millón de veces antes. Quizá ella lo había hecho, por lo que él sabía. Sabía que Simon la amaba, lo había sabido desde que los vio juntos en esa estúpida cafetería, el chico prácticamente atragantado intentando sacar de su boca las palabras "Te quiero" mientras que Clary miraba a su alrededor, nerviosa, sus ojos verdes moviéndose en todas las direcciones. Ella no está interesada en ti, mundano, había pensado él con satisfacción. Piérdete. Y entonces su pensamiento le había sorprendido. ¿Qué más le daba a él esta chica que apenas conocía?
Parecía haber pasado hace una vida. Ella ya no era una chica que apenas conocía: ella era Clary. Ella era lo único en su vida que le importaba, y ver cómo Simon le ponía las manos encima, donde él quería, le hizo sentir enfermo y débil y peligrosamente furioso. Tenía tantas ganas de acercarse y separarles que apenas podía respirar.
Clary le miró y su pelo rojo se deslizó sobre su hombro. Parecía preocupada, lo que era bastante malo. Él no podía soportar la idea de que ella pudiera sentir lástima de él. Rápidamente apartó la mirada y vio el ojo de la reina de la corte seelie brillando de placer: esto era lo que ella quería. El dolor y la agonía de ellos.
-No -dijo la reina a Simon con una voz suave como la hoja de un cuchillo-. Tampoco es el beso que quiero.
Simon se alejó un paso de Clary, a regañadientes. El alivio palpitó por las venas de Jace como sangre, ahogando lo que sus amigos estaban diciendo. Por un momento todo lo que le importó era que no iba a ver a Clary besando a Simon. Entonces Clary captó su atención: estaba muy pálida, y él no pudo evitar preguntarse en qué pensaba ella. ¿Estaba decepcionada porque Simon no la besó? ¿Aliviada como él? Se acordó de Simon besando su mano antes y apartó el recuerdo rápidamente, aún mirando a su hermana. Alza la vista, pensó. Mírame. Si me quieres, me mirarás.
Ella se cruzó de brazos, de la manera que hacía cuando tenía frío o estaba contrariada. Pero ella no alzó la vista. La conversación continuaba a su alrededor: quién iba a besar a quién, qué iba a pasar. La ira desesperada creció en el pecho de Jace, y como siempre, se escapó con un comentario sarcástico.
-Bueno, pues yo no voy a besar al mundano -añadió-. Preferiría quedarme aquí abajo y pudrirme.
-¿Para siempre? -preguntó Simon. Sus ojos eran grandes, oscuros y serios-. Para siempre es una barbaridad de tiempo.
Jace volvió a mirar esos ojos. Simon probablemente era una buena persona. Él amaba a Clary y quería cuidar de ella y hacerla feliz. Probablemente sería un novio estupendo. Lógicamente, Jace supo, era exactamente lo que él debería querer para su hermana. Pero no podía mirar a Simon sin querer matar a alguien.
-Lo sabía -repuso con maldad-. Quieres besarme, ¿verdad?
-Claro que no. Pero si...
-Imagino que es cierto lo que dicen. No hay heterosexuales en las trincheras.
-Es ateos, imbécil -Simon estaba totalmente rojo-. No hay ateos en las trincheras.
La reina les interrumpió, inclinándose hacia delante para que su blanco cuello y sus pechos se vieran sobre la línea del escote de su vestido.
-Aunque todo esto es muy gracioso, el beso que liberará a la muchacha será el que más desea -aclaró ella-. Únicamente ese y nada más.
Simon pasó del rojo al blanco. Si el beso que más deseaba Clary no era el de Simon, entonces... la manera en la que ella miraba a Jace, a Jace y luego a Clary, respondió eso.
El corazón de Jace empezó a palpitar. Su mirada se encontró con la de la reina.
-¿Por qué hacéis esto?
-Yo más bien creía que te hacía un favor -respondió ella-. El deseo no siempre se ve reducido por la repugnancia. Ni tampoco se puede conferir, como un favor, a aquellos que más lo merecen. Y puesto que mis palabras obligan a mi magia, de ese modo podréis saber la verdad. Si ella no desea su beso, no será libre.
Jace sintió que se enrojecía. Vagamente oyó a Simon argumentando que Jace y Clary eran hermanos, que eso no era correcto, pero le ignoró. La reina le estaba mirando y sus ojos eran como el mar antes de una tormenta mortal, y él quiso decir gracias. Gracias.
Y eso era lo más peligroso de todo, pensó, mientras alrededor de él sus compañeros discutían si Clary y Jace tenían que hacer esto, o lo que estarían dispuestos a hacer para escapar de la corte. Dejar que la reina te diese algo que tu querías -que de verdad querías- era ponerte a ti mismo en su poder. ¿Cómo ella le había visto y lo había sabido? ¿Era esto en lo que él pensaba, lo que quería, lo que le despertaba de sus sueños, jadeando y sudando? Cuando él pensaba en el hecho de que quizá nunca besaría a Clary de nuevo, quería morirse o herirse o sangrar tanto que él subía al ático y entrenaba solo durante horas hasta que él se desmayaba, exhausto. Por la mañana tenía moretones, cortes y arañazos y si él le hubiese puesto nombre a sus heridas, todas tendrían el mismo nombre: Clary, Clary, Clary.
Simon aún estaba hablando, diciendo algo, enfadado otra vez.
-No tienes que hacerlo, Clary, es un truco...
-Un truco no -dijo Jace. La calma de su propia voz le sorprendió-. Una prueba.
Miró a Clary. Ella estaba mordiéndose el labio mientras pasaba la mano por un rizo de su pelo; gestos tan característicos, tan propios de ella, que rompieron el corazón de Jace. Simon discutía con Isabelle ahora mientras la reina se reclinaba y les observaba como una elegante y entretenida gata.
Isabelle parecía exasperada.
-¿A quién le importa, de todos modos? Es sólo un beso.
-Es cierto -aseguró Jace. Clary alzó la vista por fin y sus grandes ojos verdes se posaron en él. Se movió hacia ella, y el resto del mundo desapareció, sólo estaban ellos, como si estuviesen bajo el foco de un escenario en un auditorio vacío. Puso una mano sobre el hombro de ella, girándola hacia él. Ella había dejado de morderse el labio, sus mejillas estaban sonrojadas y sus ojos eran de un verde brillante. Él podía sentir la tensión en su propio cuerpo, el esfuerzo de contenerse, de no apretarla contra él y aprovechar esta única oportunidad, aunque fuera peligroso, estúpido e imprudente, y besarla de la manera que él creía que nunca en su vida podría besarla de nuevo-. No es más que un beso -dijo, y oyó la aspereza de su voz, y se preguntó si ella la oyó también.
No importaba... no había manera de ocultarla. Era demasiada. Él nunca había querido esto antes. Siempre había estado con chicas. Se había preguntado, en la oscuridad de la noche, mirando a las paredes vacías de su habitación, qué hacía a Clary tan diferente. Ella era hermosa, pero otras chicas eran hermosas también. Era inteligente, pero había otras chicas inteligentes. Ella le entendía, reía cuando él reía, veía su interior a través de las defensas que había construido. Ningún Jace Wayland era más real que el que veía en los ojos de ella cuando le miraba.
Pero aun así, él quizá podía encontrar todo eso en otro sitio. La gente se enamoraba, perdía y lo superaba. Pero no sabía por qué él no podía. No sabía por qué ni siquiera quería hacerlo. Sólo sabía que con lo que tendría que pagar al Cielo o al Infierno por esta oportunidad, iba a hacer que valiera la pena.
Se inclinó y cogió sus manos, entrelazando sus dedos con los de ella y susurrando en su oído:
-Puedes cerrar los ojos y pensar en Inglaterra, si quieres.
Ella cerró los ojos y sus pestañas formaron líneas cobrizas en su pálida y frágil piel.
-Nunca he estado en Inglaterra -replicó ella, y la suavidad y ansiedad de su voz casi le deshizo. Nunca había besado una chica sin saber que ella lo deseaba también, normalmente más que él, y ésta era Clary, y él no sabía qué quería ella. Deslizó sus manos sobre las de ella, sobre las mangas de la húmeda y ceñida camisa, hasta sus hombros. Sus ojos aún estaban cerrados, pero ella tembló y se inclinó hacia él... un poco, pero lo suficiente para él.
Su boca descendió hasta la de ella. Y ahí terminó. Todo el auto-control que había empleado las semanas anteriores se fue, como se iba el agua de una presa rota. Los brazos de ella se enlazaron en su cuello y él la atrajo hacia su cuerpo, y ella era suave y flexible pero sorprendentemente fuerte, más que nadie que él hubiese abrazado nunca. Sus manos se aplastaron en su espalda, apretándola más contra él, y ella estaba de puntillas, besándole tan fieramente como él lo hacía. Él lamió los labios de ella para abrir su boca y sabía salada y dulce como el agua de las hadas. Él la aferró más fuerte, anudando las manos en su pelo, intentando decirle, con la presión de su boca contra la de ella, todas las cosas que él nunca pudo decir en voz alta: Te amo; Te amo y no me importa que seas mi hermana; no estés con él, no le quieras, no te vayas con él. Quédate conmigo. Quiéreme. No te vayas de mi lado.
No sé cómo estar sin ti.
Las manos de Jace bajaron por la cintura de ella, y él la abrazaba, perdido en las sensaciones que le llegaban a través de sus nervios, su sangre y sus huesos; no tenía ni idea de qué haría o diría después, de si había algo que pudiera apartarle, pero él oyó una risa entre dientes -de la reina- en sus oídos, y eso le trajo de vuelta a la realidad. Apartó a Clary antes de que fuera demasiado tarde, soltó las manos de Clary de su cuello y retrocedió un paso. Fue como si hiciese un corte en la piel, pero lo hizo.
Clary le estaba mirando. Sus labios separados, las manos aún abiertas. Sus ojos como platos. Detrás de ella, Isabelle miraba boquiabierta y Simon parecía a punto de vomitar.
Ella es mi hermana, pensó Jace. Mi hermana. Pero las palabras no significaban nada. Como si estuvieran en un idioma extranjero. Si había alguna esperanza de que él pudiese pensar en Clary como sólo su hermana, después de esto había explotado en mil pedazos como un meteorito estrellándose contra la superficie de la tierra. Intentó leer la expresión de Clary, ¿sentía ella lo mismo? Parecía como si ella sólo quisiera darse la vuelta y huir. Sé que lo sentiste, le dijo a ella con sus ojos, y era en parte un triunfo amargo y en parte una súplica. Sé que lo sentiste, también. Pero no hubo respuesta en su rostro; ella se envolvió con los brazos, de la manera que hacía cuando estaba contrariada, y se abrazó a sí misma como si tuviera frío. Alejó la mirada de él.
Jace sintió como si le aplastasen el corazón con un puño. Se volvio hacia la reina.
-¿Ha sido eso lo bastante bueno? -preguntó-. ¿Os ha divertido?
La reina le dirigió una mirada: especial y reservada, cuyo significado ambos compartían. Le advertiste a ella sobre nosotros, parecía decir. Que le haríamos daño, que la romperíamos como se rompe una ramita entre los dedos. Pero tú, que pensabas que no podías ser dañado... a ti te hemos roto.
-Mucho -respondió ella-. Pero no creo que tanto como a vosotros dos.


Beso en la Corte Seelie [POV Jace]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora