A tenebris dolor in anima

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Ella no pudo entrar a la sala pero bastó ver el rostro de su esposo para entender que su vida se iría a un carajo de ahora en adelante. Tenía el rostro pálido y su mirada agotada y cargada de una culpa tan turbia le aseguró a Mikoto que todo aquello no se trataba de una dulce pesadilla que daría el consuelo al despertar. No despiertas de una realidad.

A veces pensamos en esas situaciones, pensamos por ejemplo, cómo reaccionaremos cuando suceda, si es que sucede, porque como una madre, ella esperaba irse primero. Aun así, tantas tardes de su larga vida anteponiéndose a una probable pérdida (porque en este mundo todo puede pasar) no la preparó para esto, ni siquiera le dio un norte a cómo reaccionar. De todos modos, ella imaginó volverse loca, gritar, patalear y negarse mil veces a que era verdad; no fue así, la muerte le arrancó más cosas que su propio hijo.

Asintió y tuvo una extraña energía hasta sentarse en una de las sillas de espera. Sudaba, sentía mucho calor y el estómago le dolía tanto, le dolía como aquella vez en que pataleaba dentro su hijo, avisándole que era hora de salir. Así le dolía a pesar de no tenerlo ya.

Ya nunca más.

-Lamentamos su pérdida. –dijo meditabundo el forense, con una tableta en mano. Fugaku firmó y por vez primera su caligrafía no fue perfecta, la "F" estaba ondulante y la tinta dejó de rayar justo antes de la curva con la que encerraba el nombre completo.

Un día después, ambos observaron a su hijo mayor caer sobre una mesita de centro, rompiéndola con su peso, ebrio. Gritando con tanto coraje hacia la humanidad entera. Pero sería hipócrita levantarlo cuando solo estaba reflejando las ansias de morir de los tres.

En el funeral, ninguno le prestó atención al sacerdote, Mikoto no pensó en atar su cabello a pesar del clima húmedo que lo hizo esponjarse un tanto. Fugaku tenía mal atada la corbata. Itachi se mantuvo sentado, sus rodillas se doblaban cuando intentaba levantarse.

¿Por qué?

La ira por la pérdida se quedaba en su garganta, atorada quemándoles tan lentamente que a veces jadeaban para expulsar un poco de ese calor, liberando un infierno en los demás. El ataúd fue descendiendo poco a poco, cayendo hasta el tope del agujero y la tierra lo cubrió en cuestión de minutos. Era lógico recibir palabras de aliento y apoyo recordándoles la obligada necesidad de mantenerse vivos para los demás, pero todos se mantuvieron tan callados que los olvidaron por largo rato.

Fugaku se mantuvo rígido, mirando al suelo donde ese cuerpo ya descansaba, aun cuando las gotas de lluvia eran tan grandes y pesadas que llegaban a doler.

Mikoto subió a uno de los autos y se encerró en su habitación por todo el resto de la tarde, sentada en el borde de la cama, inerte.

Itachi cerró los ojos, oliendo con ansias locas la almohada de su hermano, apretándola hasta deformar su figura y aun así, no lo encontró. Ni rastros de él.

ʘ

-Señora Mikoto, por favor, tome asiento.

-Gracias. –se sintió con mucho frío, apretándose contra la bufanda que tenía rodeando su cuello. –No había podido venir, las cosas han...

-Entendemos su situación. –todos son tan amables ahora. –No se preocupe, la esperaremos el tiempo que sea necesario. –el hombre en traje gris platinado se sentó tras el escritorio, resguardado de la tristeza que exhalaba la hermosa mujer de luto.

-En realidad, vengo a decirle que en lo concerniente, no estaré un tiempo en casa y mi familia no está en condiciones de atenderles. –avisó sin rastro de negociación. Le molestaba que esa oficina estuviera tan iluminada, luego recordó que ella había mandado a que abrieran las ventanas y cambiaran la decoración hace meses atrás.

¿Quién era Sasuke Uchiha?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora