Mi enigma personal

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Guardo el libro que me acabo de comprar en la mochila. Ahora no me apetece leer nada, me sobra el tiempo para hacerlo. Quizás en el avión me anime. Me pongo los cascos y los conecto al teléfono. Busco alguna canción que merezca la pena, pero tengo poca música descargada y el Spotify me consume muchos datos. Selecciono alguna de las canciones que tengo en la memoria, pero no me apetece demasiado oír esto ahora. Supongo que es mejor que nada.

Miro alrededor y veo a la gente pasar de un lado para otro. Hay personas sentadas en los bancos de la puerta de embarque cada una intenta distraerse a su manera. Unos usan el teléfono, otros ojean revistas. Los más afortunados que no viajan solos, hablan entre sí. El ambiente alrededor de esta puerta de embarque se nota pesado, nos ha cambiado el semblante a todos por la noticia de que tendremos que estar seis horas aquí, retenidos en la panza de esta impersonal estructura de hormigón, cristal y acero. Un lugar de paso que ha decidido mantenernos aquí por unas horas.

De repente reparo en una mujer que está sentada y escribe en una libreta. Sonríe. Parece que lo de la pesada espera no va con ella. En ese momento, me doy cuenta de que es la chica que me ha sonreído en la cola de acceso. Parece que viene en mi vuelo. ¡Qué coincidencia! Se comporta de forma muy fresca, transmite entusiasmo. Es como una pequeñita luz en este paisaje de siluetas sin forma. Me produce mucha intriga esa chica, se la ve autosuficiente, reservada, pero al mismo tiempo espontánea. Hay ciertas personas que me producen esa impresión. Una de mucha curiosidad, como si estuviese conociendo a alguien de una especie diferente. No suele pasarme a menudo, pero esta persona es de ésas. De esas que no entiendo muy bien qué son, cómo puede ser su vida o qué las mueve. Que sé que son diferentes, aunque no entiendo muy bien cómo es posible y qué marca la diferencia. No lo sé..., me cuesta explicarlo. Sólo puedo decir que me da muchísima curiosidad. Quizás cierto vértigo.

Tras mirarla durante unos momentos, me levanto para mirar por el gran ventanal. Estoy en el medio de ninguna parte. Doy unos pasos hasta que me quedo a una distancia desde la cual puedo divisar la pista del aeropuerto. ¡Qué inmenso se ve todo! Hay mucha vida ahí abajo. Personas moviéndose en todas las direcciones haciendo cosas. Los cochecitos de guía, los trenes de maletas, personal de tierra con sus chalecos reflectantes y objetos en las manos. Es un lugar frenético. No sé cómo se enteran de lo que tienen que hacer o cómo hacen para que no les atropelle alguno de los coches, gusanos cargados de maletas, autobuses, escaleras motorizadas, ¡u otro avión! ¿Habrá alguien a quien alguna vez haya atropellado un avión? Eso tiene que entrar en la calificación de mala suerte seguro.

Después de un poco de tiempo de pie, decido sentarme. Esta vez en los bancos próximos al ventanal para poder seguir mirando hacia las pistas. Para qué nos vamos a engañar. Al mismo tiempo he ganado cercanía a la chica de la libreta. A esta distancia la veo mucho mejor y me gustaría desenmarañar ese no sé qué que me hace mirarla cada pocos segundos. Es un auténtico enigma vivo. Es como si no la entendiese y quisiese descubrirlo, como ese libro de misterio que espera que devores sus páginas para asomarte a la verdad de un enigma de dimensiones épicas. Mis ojos me traicionan todo el tiempo aunque me obligue a prestar atención a otra cosa. Si miro el teléfono, al cabo de un momento levanto la vista hacia ella. Si miro la ventana, me sucede lo mismo. Si pasa alguien por delante mía que me llama la atención, lo sigo con la vista hasta que mis ojos vuelven a acabar en ella. Es un auténtico campo gravitatorio para mi mirada.

Miro a la pantalla de mi acceso. Apenas han pasado unos minutos. Las puertas de la C17 deberían abrirse a las 23:40. Ahora mismo son las 17:36. El tiempo me está pasando muy lento, ojalá corriese mucho más para poder montar ya en el avión. Saco el teléfono de mi bolsillo. Tengo tantas aplicaciones que lo tengo que tener en modo silencio, de lo contrario sonaría a todas horas, sin descanso. Ese es el motivo por el que nunca cojo las llamadas, no me entero. Ni siquiera le dejo la vibración puesta, sería todavía peor. Acabaría con mi batería en unos instantes.

Aprovecho las aplicaciones de mensajería para distraerme un poco.

Mama: ¿Qué tal vas? ¿Qué pone en la pantalla?

Yo: Dice que sale a las 23:40. Queda muchísimo.😥😥

Mama: No te preocupes. Te vamos a recoger igualmente. Llegarás en casi tres horas desde que salga ¿verdad?

Yo: sí. Más o menos.😐

Mama: No te preocupes. Avísanos si hay algún cambio.

Yo: Vale.😘😘😘

Mamá: Besitos.

Mi madre siempre escribe besitos. Es gracioso que apenas se ha acostumbrado a los iconos del teléfono. Tengo más mensajes en un grupo de conversación.

Luna: Chicas, mañana vamos a arreglar el papeleo para apuntarnos al curso.

María: Vale, ¿a qué hora quedamos?

Tika: A las 11 en el café.☕

Su: ¿Vamos después a tomar un café?

María: Sí. O unas "cerves", ya depende de la hora.😁

Cierro el grupo sin contestar. Ya lo haré más tarde. Me da mucha pereza pasar la mañana haciendo papeles y con un café. Últimamente no hacemos otra cosa. No es que no me gusten las cafeterías, es que se han vuelto muy aburridas. Me da la sensación de que estamos haciendo tiempo hasta que se acabe el día. Quedaré con ellas igualmente, aunque el plan es un poco aburrido. ¿No podríamos hacer otra cosa?

Sin darme cuenta, giro mi cabeza para mirar a la chica enigmática. En ese momento ella se da cuenta de mi gesto y se descuelga de su libreta para mirar también. Se da cuenta de que soy yo, la misma de la fila del check-in, y de nuevo tengo mi mirada clavada en sus ojos. En ese momento me siento superavergonzada, como una persona rara y molesta. Noto cómo mis mejillas se ponen hirviendo, a toda temperatura. Seguro que se derriten las estructuras de la terminal, se va a colapsar el aeropuerto por mi culpa. Ella sonríe con fuerza, ¿brilla o me lo parece a mí? Desprende mucha amabilidad y ternura. Yo me quedo petrificada, me muevo a borbotones y sonrío al mismo tiempo en un acto inconsciente. Nuestras miradas se quedan congeladas una con la otra por un lapso muy corto con una intensidad tal, que puedo sentir su presencia muy cercana. Se la ve tan simpática que, sin darme cuenta, me levanto de mi asiento mirándola a los ojos, como si nos conociéramos de antes. Cuando quiero reaccionar, ya estoy de pie de cara a ella.

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