3. Toc toc

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El corazón de Megan se detuvo un segundo. Pudo sentir cómo se congelaba, frío, hundiéndose en su pecho.

Sus ojos se volvieron hacia la mano que se escabullía del bolsillo trasero de los jeans de Jaazael, llevándose su billetera.

Era una mano pequeñita, de dedos algo rechonchos y uñas sucias.

La mano de una niña pequeña.

Meg no llegó a verla bien. Por su altura, no podía tener más de seis años. Casi como una sombra en la noche, comenzó escaparse, corriendo con sus pequeñas piernas lejos de ambos. Iba descalza. El cabello castaño, largo hasta la cintura, le bailó en la espalda.

Tropezó con una baldoza rota y cayó al suelo con un quejido de dolor. Se golpeó las rodillas.

Se volvió hacia Megan y Jaazael. Sus ojos asustados brillaron de miedo, la boca abierta en una expresión de sorpresa. Se encogió, casi como esperando que los dos jóvenes saltaran hacia ella para atacarla.

Pero ni Jaazael ni ella se movieron.

Se quedaron inmóviles, demasiado sorprendidos como para reaccionar. Estaban esperando un ladrón, no una niña.

Megan dio un paso hacia ella, con cuidado, intentando parecer tranquilizadora.

—Eh — soltó, con el tono más suave del que fue capaz. La niña se arrastró en el suelo hacia atrás, alejándose, con los ojos clavados en Meg y en la flor que llevaba en la mano —. Calma. No te-

—¡Aanisa! — gritó una voz de mujer, llena de preocupación.

Megan, Jaazael y la niña se volvieron hacia la muchacha que había aparecido doblando la esquina. La chica, que al parecer había estado corriendo (a juzgar por sus cabellos negros desprolijos, su rostro sonrojado y su respiración entrecortada), se frenó en seco al verlos, con una expresión aterrorizada en los ojos.

Megan alcanzó a ver, durante ese breve instante, el rostro de la muchacha nueva. No podía tener más de veinte años, aunque era difícil definirlo con tan poca luz. Pero lo que más le llamó la atención fue que la mitad de su rostro era más oscuro, lleno de marcas extrañas.

La muchacha nueva miró a la niña, luego los miró a ellos, y se acercó a toda velocidad.

—¡¿Madha tafealina?! — gritó la chica en otro idioma, con la voz desgarrada.

Jaazael retrocedió hacia Megan, medio ocultándola con el cuerpo, en un gesto protector. Pero Meg no se percató. Estaba demasiado atrapada viendo lo que ocurría; todos sus músculos tensos, su respiración atorada.

Con gestos temblorosos, apresurados y veloces, la muchacha alzó en brazos a la niña del suelo y, cuando volvió a levantarse, la luz de una farola le bañó la cara.

Y Megan pudo ver que lo que antes le habían parecido marcas extrañas eran, en realidad, quemaduras.

La mitad izquierda de su rostro estaba surcado por quemaduras rojas, oscuras, cicatrizadas pero dolorosas. El ojo izquierdo parecía haber quedado más abajo de lo normal, aunque Megan podría haber jurado que era un engaño de la luz.

Y entonces la muchacha nueva salió corriendo en dirección opuesta, cargando la niña a duras penas.

Jaazael amagó a seguirlas, pero Megan le cogió del brazo.

—No — dijo, con voz grave, mirando cómo se escapaban —, déjalas ir.

Él la miró extrañado.

La niña pequeña se quedó observando a Megan con los ojos muy abiertos, sosteniendo la billetera en su pequeña mano, mientras la chica se la llevaba a toda velocidad.

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⏰ Última actualización: Jun 27, 2017 ⏰

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