2. El paseo

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<< Toc, toc >>.

Megan cerró su laptop y se levantó de la cama.

- ¿Sí? -se acercó a la puerta.

- Ábreme -se escuchó la voz al otro lado.

Meg frunció el ceño.

- ¿Quién es?

- Tu príncipe.

Megan puso los ojos en blanco y abrió la puerta.

- En serio -dijo ella, con los dientes apretados -, un chiste más sobre eso, y-

Nathan Greenwich la interrumpió con una carcajada.

- Tienes que admitir que es gracioso.

- No.

- Tu padre dice que bajes al desayuno -Nathan le echó un vistazo al pijama de Megan.

- No voy a desayunar hoy.

Nathan alzó las cejas.

- Están desayunando las dos familias. La tuya y la de tu príncipe.

- Lo sé -admitió Meg.

- Parece algo serio. Y tu padre parecía enfadado. Yo que tú bajaría.

- Pues baja tú -Megan le cerró la puerta en la cara y volvió a tirarse en la cama con su laptop.

Su estómago rugió. Normalmente, no se hubiera perdido un desayuno. Era su comida favorita.

Pero ella sabía que iban a estar las dos familias. Y era precisamente por eso que no quería bajar. Jaazael. Su padre. Briana. Y Amir el rechoncho, que le daba algo de miedo.

Así que se quedó allí, escribiendo en su blog, muriéndose de hambre, echándole miradas furtivas al dibujo de Jaazael, que la miraba desde su mesa de luz, hasta que se hizo mediodía.

Se vistió con sus jeans del día anterior, una remera de mangas cortas y una chaqueta roja; unas zapatillas gastadas haciendo juego. Se lavó los dientes, se peinó y a penas se puso un poco de manteca de cacao para disimular sus labios resquebrajados.

Salió de su habitación, por alguna razón esperando encontrarse a Nathan Greenwich en el pasillo. Pero no estaba.

Por suerte, no se cruzó a nadie en el comedor. Sólo a Silvester, que la vio y se acercó. No parecía tener intenciones de hablar; sólo de hacer su trabajo. Sin embargo, Megan dijo:

- Lamento lo del aeropuerto.

Él alzó la mirada, sorprendido al parecer de que ella le dirijiera la palabra, y negó con la cabeza.

- No, en serio -insistió Meg -. Estuvo mal. Lo siento.

Silvester parecía estar esperando a que Megan se diera la vuelta y volviera a ignorarlo, pero ella se quedó mirándolo, aguardando una respuesta.

- No pasa nada -contestó él, atónito.

Meg le sonrió con culpa y se sentó en una mesa.

Al menos durante esas pacíficas dos horas, nadie la molestó. Nadie se dirigió hacia ella, nadie le habló. Y Megan lo agradecía.

Vio que, más allá de los ventanales, en los jardines, Briana hablaba con uno de los empleados del hotel. El chico parecía incómodo, tímido, pero sonreía. A Megan le dio una sacudida de compasión. Muchos otros ya habían caído en el juego de Briana. Y todos habían terminado igual.

Sin permitir que su hermanastra le arruinara el día, se levantó y se dirigió a su habitación. Planeaba dormir el resto de la tarde, y luego dar un paseo por la ciudad cuando se hiciera de noche.

MeganDonde viven las historias. Descúbrelo ahora