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Cuatro años después.

Naces, estudias, trabajas y si sigues soltero en lo primero que piensas en el proceso laboral es en conseguir a esa persona que te acompañe el resto de tu vida para no llegar a viejo solo. Para no morir solo. A no ser que seas una persona super hermosa, rica, popular, y no necesites a alguien en exclusiva que te ame cuando solo con chasquear los dedos puedes conseguirlo.

Y ese no es mi caso.

Yo ni siquiera había terminado mi universidad cuando ya tenía mi futuro planeado con Lyon Vastia. Por cosas de la vida nos conocimos, nos enamoramos y en menos de un año de estar juntos habíamos decidido dar el siguiente paso. Apenas llevaba unos meses de graduarme cuando ya nos habíamos casado así de jóvenes y ya teníamos nuestra casa.

Todo fue siempre color de rosa entre nosotros, teníamos unas cuantas discusiones a veces, por su puesto, pero nuestra relación siempre fue normalita. Lyon mayormente hacía lo que yo quería aunque tomara decisiones equivocadas, se portaba como el mejor esposo del mundo. Como el esposo perfecto.

Como el esposo aburrido.

Antes no lo comprendía, pero luego de estar sola y tener los pies sobre la tierra pude entender todo lo que había hecho mal a partir de mi trigésimo segundo cumpleaños. El porqué lo había hecho.

Si bien sigo pensando que Lyon fue un esposo excelente, no se merecía que yo le hubiera sido infiel, pero lo cierto es que Lyon no me daba esa chispa en la relación que todas las parejas necesitan para no caer en la monotonía y aburrirse. Lyon y yo no discutíamos seriamente, nunca tuvimos un problema que nos llevara a cortar por momentos, nunca me contradecía, nunca tuvimos una necesidad arrolladora por el otro, pero el que casi no tuviéramos tiempo para estar juntos era justo lo que provocaba que no nos aburriesémos de nuestra vida marital; el tiempo ocasionaba que nos hiciéramos falta el uno al otro. Y aún así cuando intimábamos lo hacíamos despacio, sin esa necesidad, sin ese hambre que sólo en veinte días yo había descubierto en otro hombre.

Mi principal necesidad de no alejarme de Gray Fullbuster era precisamente por la intensidad que me hacía sentir; con Gray yo discutía hasta llegar al punto de buscar una conciliación entre los dos para perdonarnos, y eso solo en menos de un mes. Yo disfrutaba los momentos con Gray como si fuéramos mejores amigos de toda la vida. Él era un hombre frío, yo una mujer cálida, y por primera vez comprendí el significado ese de que «los polos opuestos se atraen». Se necesitan.

Pero yo fui una cobarde desde el inicio. Tomé malas decisiones. Me dejé llevar por las mentiras y el egoísmo.

Y como resultado quedé sola.

Bueno, no exactamente sola.

Cuando me casé con Lyon tenía veinticinco años, él veintisiete, y ninguno de los dos tenía pensado en absoluto tener hijos por el momento. Ese momento se alargó a siete años y cuando nos tocaban el tema hijos ambos respondíamos de la misma manera: «algún día». Yo no tomaba ningún anticonceptivo y él no usaba condón, pero siempre que intimábamos se corría fuera de mí; nos acostumbramos a ese método y en todo ese tiempo no tuvimos problema alguno. Inconscientemente yo le transmití ese método a Gray, luego de los primeros días yo no quería que él usara protección pero que en cambio hiciera lo mismo a lo que yo estaba acostumbrada; que se corriera fuera. Y creí que había funcionado al igual que con Lyon, pero tres meses después un doctor me dice que estoy gestando una criatura dentro de mi vientre.

Ni qué decir tiene que me derrumbé más de lo que ya estaba. La verdad es que después de lo sucedido en la casa de Gajeel mis días empezaron a volverse grises y lluviosos. Sentía que la lluvia me acompañaba a todos lados, hasta que vi por primera vez el rostro de mi hija.

El dilema ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora