Capítulo 1. La noche de ayer.

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El despertador que estaba a un lado mío sonó como si jamás fuera a volver a hacerlo y, mierda, era el sonido más molesto que había escuchado en mi vida. Me removí en la cama para atrapar una almohada y cubrir con ella mis oídos pero no tenté ninguna porque el chico a mi lado tenía cursimente abrazada una y la otra estaba debajo de su cabeza. Gruñí y no tuve de otra más que estirarme por encima de él y tocar el botón de apagar.

Sé que estarás pensando ¿No piensa decir el nombre del chico?

Bueno, claramente lo diría de haberlo sabido. Anoche no tuvimos tiempo de preguntarnos eso.

Unas escurridizas manos serpentearon por mi espalda desnuda y unos labios hinchados se plantaron sobre uno de mis pechos trazando un camino hasta mi cuello, haciendo que me desmoronara hacia abajo para caer de lleno sobre su pecho. Una risa se escapó de mi boca al sentirlo bajo de mí. En serio, este chico parecía un pulpo con sus manos viajando de un lado a otro de mi cuerpo, como si anoche no hubiese tenido ya lo suficiente. Abrí mis ojos y lo primero que me encontré fue su hombro desnudo con unas ligeras marcas más coloradas, seguramente por la fuerza con la que me sostuve de él, así que deposité un corto beso sobre el rasguño, esperando a que él no se fuera a molestar.

Tampoco me gustaba cuando alguien marcaba mi cuerpo de alguna forma pero juro que ese rasguño no lo había planeado. No soy de esa clase de chicas.

Apartó la masa rubia que era mi cabello y buscó mi mentón con la mano que no estaba ocupada en buscar alguna parte íntima de mi cuerpo. Me guió hasta que nos miramos a los ojos y recordé que eran los ojos más jodidamente preciosos que en mi vida había visto. No sé, jamás había visto otros igual, y quizá eso fue lo que colaboró en que acabara en su cama ayer. Sólo imagínalos: de un tono entre azul océano y entre gris tormenta; mierda, eran como si en sus ojos estuviera ocurriendo una llovizna ligera sobre el océano...

Sí, sin duda eso aportó a que termináramos en su cama.

─¿Adónde ibas? ─preguntó con su voz un poco más baja de lo que la recordaba.

Claro que anoche casi teníamos que gritar por la música tan alta.

─Tu maldito y molesto despertador sonaba como si fuera a acabarse el mundo, tienes suerte de que no lo lancé por el balcón ─dije sonriendo cuando vi que él lo hizo.

─Gracias por no lanzar mi despertador por el balcón. Es de Canadá.

─Con razón es así de molesto ─bromeé.

Ambos reímos al mismo tiempo y me plantó un beso en los labios, cosa que me hizo recordar el día que era y la hora que era. Tenía que salir de ese cuarto a la de ya o no llegaría con mi padre a la pista y no quería quedar mal con él. Me aparté rápidamente del chico y rodé en la cama y quedé mirando el techo, pero rápidamente volvió a atraparme con sus manos expertas ─y vaya que sí, lo confirmo─ para evitar que siguiera alejándome.

─Me tengo que ir ─susurré estirando mi cuello para buscar por ahí mi sostén y mis bragas. Ojalá que no las haya roto o sería incómodo irme meramente en mi pantalón─. O llegaré tarde.

─¿A qué exactamente llegarás tarde? ─quiso saber mientras continuaba besando mi hombro. Mierda, debía dejar de hacer eso o no respondería─. Tranquila, yo igual ya voy muy tarde.

─¿A qué vas tarde exactamente? ─regresé su pregunta.

─Es de mala educación responder con otra pregunta.

Rodé mis ojos y cuando localicé mi sostén al pie de la cama, con mi pie lo tomé para acercarlo más.

─Oh, vamos, anoche no parecía la educación una prioridad, ¿o sí? ─giré mi cabeza y besé de nuevo su boca.

Susurros Mecánicos. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora