El ronroneo del motor se hacía cada vez más presente conforme subía la velocidad en la carretera, y siéndote franca: adoraba la sensación. Siempre era como sentir que mi propio corazón era el que movía cada engrane en mi motocicleta y su sonido de ráfaga era el que me daba la valentía de subir un poco más la velocidad.
Mi motocicleta y yo éramos uno mismo. Era como mi mejor amigo pero con un motor, y que London no me escuchara decir eso porque seguramente terminaría aspirando de su inhalador de asma por una hora entera. London era mi mejor amiga en persona, mi moto era historia. Y lo más cercano que tenía a lo que de verdad soñaba.
Un auto zumbó a mi costado cuando me detuve en una señal de tránsito, pasó volando y ni se había fijado en que la señal estaba ahí. Aproveché para acomodarme el guante ─que usaba para no quemarme las manos al aferrarme─ y mi casco para sentirlo más seguro en mi cabeza. Pasó menos de un minuto antes de que finalmente fuera mi turno de pasar y apenas tuve la oportunidad, volví a acelerar, sacándole toda la bendita potencia a mi motor. Todos en casa adoraban a mi moto, todos con excepción de mi madre, quien apenas me dejaba utilizarla en casa.
A ella no le gustaban los autos, y por eso te dije que la moto era lo más cercano a lo que en verdad aspiraba. De un tiempo atrás les agarró cierto tipo de rencor, y es que todos en la familia lo hicimos un tiempo pero...de eso vivía mi padre, así que teníamos que asumir que era eso o nada. Y lo peor que eso era realmente nada.
Por eso mis padres se divorciaron hace muchos años. Porque mi madre quería un futuro "real" para nosotros y no el que mi padre nos brindaba con lo que hacía. Bingo, ya debiste asumir, ¿no? Bueno, de todos modos lo diré: mi padre es jefe de mecánicos en el equipo familiar. Jefe de mecánicos y algo así como medio patrocinador del equipo también. Y mi madre es una abogada en Chicago, y una muy reconocida, pero al divorciarse, mi padre hizo una clase de trato con ella para que Evan viviera con él en Florida y yo, bueno, me fui a Chicago. Por eso cada verano venía a la soleada Florida.
El pub no estaba muy lejos de casa, así que en el camino no hice más de veinte minutos, y es que con la belleza que era mi motor jamás llegaba tarde. Puedes corroborar eso en mi asistencia en la universidad. Finalmente estacioné a Mon en mi lugar habitual...ah, cierto, mi motocicleta se llama Mon.
Me quité el casco para sentir la luz solar caer en mi rostro, provocando que cerrara mis ojos en modo de reflejo a eso. Sacudí mi cabello y apagué el motor, acomodé todo lo necesario para que ni terminara en el suelo y finalmente me dispuse a entrar a la pequeña pero confortable casa de mi papá.
─No, Evan ya está en la pista. Yo voy algo tarde ─escuché a mi papá hablar desde la cocina.
No se escuchaba molesto pero tampoco quería probar mi suerte, así que dejé mi casco en uno de los sofás pequeños y me dirigí a la cocina, a verlo. Sabía que no tendría preocupación en su rostro pues él ya estaba enterado de que anoche no llegaría pero igual no estaba de más irlo a ver antes de irnos a la pista. Tenía un plato a medio comer de fruta y en otro tenía algo de comida recalentada de la cena seguramente de anoche, que estaba entre pasta y pollo en crema. Esa era la vida de Evan y mi papá.
Colgó el teléfono en el momento que me senté frente a él y sus ojoa bondadosos se posaron en mí con una tranquilidas tan alentadora que en serio me sentí mal por haberle hecho pensar que pasaría la noche con London.
─Debo admitir que te esperaba más tarde ─me dijo, mirándome a los ojos.
De él yo había heredado mis ojos. Y Evan los de mi madre, pero de ahí en fuera yo era más una copia de mi mamá que de él, pero siempre pensé que sus ojos eran muchísimo más llamativos y preciosos que los marrón de mi mamá.
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Susurros Mecánicos. ©
RomanceLA CHICA DE LA MOTOCICLETA Anaïs Langdon conduce una reluciente y siempre impecable Suzuki Bandit 1250 S. Pronto será conocida y buscada por todos los habitantes del mundo de los motores, pero nadie se imagina el secreto que esconde tras su importan...