Hace varios veranos atrás, las tardes de Oliver estaban siempre llenas de música.
Todos los días se apresuraba para llegar del colegio a su casa, solía sentarse en el suelo detrás de la puerta que daba hacia su sala cuidando de no interrumpir o molestar la clase de piano. En esta su hermana tocaba por dos horas, enseñándoles a otros chicos de su edad como tocar.
Agatha nunca había compartido o hablado demasiado con su hermano pequeño, y aquello estaba bien, Oliver tampoco tenía mucho que contarle de todos modos, tomando en cuenta que tenían una gran diferencia de años de por medio.
Aunque quizás todavía no lo supiera, todo lo que ella hacia lo inundaba de celos, incluso desde muy pequeño. Él era un niño de muy pocas palabras, así que en vez de hablar con las personas, escuchaba.
En aquella ocasión, escuchaba el piano.
Una vez que los niños se fueran su hermana se quedaba un tiempo tocando para ella sola, esos eran los momentos que Oliver más añoraba de sus tardes. En donde realmente escuchaba lo que su hermana tenía que decir, quizás aquellas melodías no fueran para él, pero le gustaba imaginar que algunas veces si lo eran.
Podía tomar aquellas canciones y moldearlas a su gusto, tenía una historia distinta para cada una, incluso cuando no sabía sus nombres él les colocaba uno. De vez en cuando lograba abrir un poco la puerta y verla, notaba que la mayoría de las veces tocaba con los ojos cerrados. No entendía como podía hacerlo, como tampoco entendía demasiadas cosas respecto a su hermana.
Al igual que no entendía como su voz sonaba idéntica a la de su mama, que según él siempre sonaba cansada, como si siempre arrastrara las palabras, cosa que lo ponía nervioso. Incluso cuando lo regañaba sonaba como si en verdad no lo estuviera haciendo.
Tampoco entendía por qué no solía mirarlo, las pocas veces que hablaba con él no lo miraba. Algunas veces dudaba que supiera el color de sus ojos.
Una tarde, cuando se hermana se había graduado de secundaria, habían invitado a su familia a la casa para una pequeña celebración.
Agatha llevaba puesto un vestido blanco de flores amarillas, su cabello castaño estaba recogido en una cola alta. Oliver la podia mirar perfectamente desde su puesto, sus ojos cafés se tornaban de un color miel con la luz del sol como un propio atardecer para ella sola.
Sus padres estaban sentados en la sala junto con la mayor parte de su familia, su familia siempre había sido grande y ruidosa, pero en aquel momento todos hacían silencio para poder escucharla tocar.
Su padre, un hombre serio y de muy pocas palabras, llevaba una sonrisa en su rostro, Oliver podía contar con una sola mano las veces que había visto a su padre sonreír realmente y no entendía porque en aquel momento lo estaba haciendo con tanta sinceridad.
Su madre, una mujer amable pero muy estricta, parecía que estaba a punto de llorar del gran orgullo que sentía, Oliver a aquella edad no podía entender la expresión en su rostro, y algo dentro de el mismo se llenó de suma tristeza.
Aquella tarde, mientras miraba desde la cima de la escalera, Oliver odio la canción que su hermana tocaba, no la sentía suave y delicada como otras veces. Su cabeza dolía y lo único que podía pensar era en lo mucho que quería que todo aquello tuviera fin. Quería que todas aquellas personas se fueran de su casa.
Agatha había dejado de tocar y una vez más la sala volvió a llenarse de ruido.
Agatha dio media vuelta y le sonrió a todos.
Agatha no miro a su hermano menor cuando salió disparada por las escaleras hacia su habitación para enseñarle a toda su familia el dibujo con acuarelas que había realizado.
Nadie toco a la puerta de Oliver después de que este se levantó y se encerró en su cuarto, más tarde, su mama lo regaño y lo castigo por no salir a saludar más a su familia.
Oliver lloro en su cuarto por haber hecho enfadar a su mama, días después le comento que quería aprender a tocar algún instrumento, esta frunció el ceño levemente y sonrió, pero nunca le dio una respuesta concreta.

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Tinta & sangre
RomansaHe estado en el más acogedor de los infiernos, con los mejores demonios, causando el desorden en mi cabeza. Pero las apariencias engañan, porque estoy atrapado en el más hostil paraíso, con los peores angeles, jugando a ser dioses. Estos no paran de...