Vos y yo no somos más que vocabulario enredado, que fantasmas pordioseros suplicando a arañazos un par de latidos; solo unos minutos de esa sorda percusión descomunal, de ese sistema inestable que bombardea suspiros a este pozo en mi mitad izquierda.
Lograste manejar a la perfección nuestros semáforos, columpiandote entre electricidades como sobra de gorrión, despedazado e insulso. Devolviste a los rincones un sentido, retorciendo una vez más los engranajes oxidados, testarudos de movimientos inusuales, que agachando la cabeza, acatan tus ordenes de silencio eterno.
Incrustaste escarbadientes en mis extremidades, desangrando mis impulsos, pero permaneciste inmutable.
Y aunque lo pidiera a gritos, desempolvara las esquinas y centrifugara los delantales, aunque te suplicara descalza y con los tobillos repletos de mar, aunque agachara la cabeza e ignorara las pinceladas del arrebol en tu cielo, (esas cuatro eternidades celestes que arrinconaron pensamientos grises) aunque buscara razones para aguantarlo o incluso ignorarlo; no abandonaste nunca esa estúpida manía de decolorar mis espejos, deshilacharme las pestañas y destrozarme las pupilas.
Básicamente, porque se que no te gusta pensar demasiado, ni rebuscarte como yo lo hago: nos hicimos mierda de casualidad, y elegimos hacerlo a conciencia.