XIII. Tinta Escarlata.

CAPÍTULO I. LOCURA. ANERKENNUNG

– Hasta una próxima ocasión Hans...

Fueron las últimas palabras de aquella dama inmersa en sollozos y una acendrada sonrisa esbozada en su rostro. Acto tras del cual, solo quedaron tintes escarlatas con el estruendoso paso del expresso ferroviario.

Aquél fatídico día inicio como una tarde de nubes grisáceas, ambientada por el frio característico del terreno soviético, la lluvia se precipitaba suavemente sobre los pedregales color vainilla adyacentes al riel, el prado en paralelo a la vía férrea exhibía un leve brillo a causa de las gotas. En ese momento, un individuo caminaba sosegado, perdido en sus pensamientos, cuando, al cruzar la vista, se topa con una hermosa dama.

Tez caucásica, cabello lacio y oscuro, que se prolongaba hasta la parte baja de su espalda, labios rosa, un vestido negro que tocaba levemente sus rodillas, pero lo que más le atrajo, fueron esos ojos grisáceos, tan enigmáticos...con un particular brillo que haría suspirar a cualquier mortal. Luego de unos pocos segundos detallando a esa hermosa mujer, Hans Ludwig avanza rápidamente al observar que se encuentra descalza, encadenada al frío metal del riel, a lo lejos, resuena el ferrocarril, bombardeos aéreos de naves enemigas desencadenan el caos en el ambiente y tan pronto como Hans se encuentra a escasos metros de la dama, una bala perfora su pecho, ahogando un grito de impotencia, al tiempo que reconocía a la mujer que pronunciaba su nombre, previa a desaparecer por completo, dejando atrás un rastro nauseabundo, un olor a sangre y acero impregnado por todo el lugar.

¿Alguna vez te has preguntado qué tan lejos están las estrellas? ¿Que tan distante se encontrará aquel firmamento a pesar de sentirse tan próximo?. Un día después de observar aquella luna, tan hermosa y resplandeciente, tan enigmática y en el perigeo de su trayectoria alrededor de la tierra, estas preguntas me abordaron como un sin fin de interrogantes, una duda que asaltaba pero tranquilizaba mi alma de la constante pugna entre mi corazón y mi conciencia, una conciencia rota, adornada por la noche y una luna de tinte carmesí.

Se escucha un ruido distante e imágenes borrosas se resquebrajan en un segundo; que extraño sueño he tenido, me levanto lentamente y el aire se filtra por entre las sábanas, aquella canción se termina, es una de mis favoritas para ser preciso, me encanta el sonido que destacan las notas del piano, aunque no soy lo suficientemente bueno aún para tocarlo como quisiera. Abro la puerta y me dirijo a tomar una ducha caliente, me duelen los brazos y las piernas, la jornada en el gimnasio el día anterior dejó sus marcas en mi cuerpo, mi cabello retiene el agua que se cierne poco a poco por mi espalda, me sorprende lo largo que ya está, llevo 2 años sin cortarlo como los estereotipos de esta sociedad lo demandan, además de ser la coartada perfecta para huir de todo.

Posteriormente salgo del baño con la toalla atada de la cintura, de camino al cuarto recuerdo la noche anterior, los delirios no cesaban, iban y venían con furia ante una esquizofrénica razón. Afortunadamente las pastillas hicieron efecto antes de cometer cualquier locura, aunque no recuerdo dónde las habré dejado.

Una nota sobre el refrigerador llama mi atención, me acerco y sonrío con algo de tranquilidad. –"Haru, recuerda tomar tus medicamentos a la hora correcta, las otras pastillas se encuentran sobre la repisa del estudio". –Gracias por cuidarme Sophie. –Pensé.

Tras vestirme en unos 15 ó 20 minutos, termino de desayunar y me apresuro de camino a tomar el tranvía en la estación más cercana al apartamento, es un camino que amo recorrer, tiene mucha vegetación y no alcanza a llegar el ruido de las calles y avenidas. Me topo de frente con un árbol que asemeja los jardines orientales con sus tonos lilas y la lenta ondulación de sus hojas, cuando fui a rozarlo con el dorso de mi mano izquierda, recuerdo su nombre. – Es un siete cueros. – Evoco, junto con la imagen de mi madre pronunciándolo.