CAPÍTULO III. INEFABLE, 1933. VERSCHWINDEN

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Mi primer recuerdo yace en estas instalaciones a los 4 años, mi madre me observa con detenimiento y luego me acaricia la mejilla, hace un gesto de ternura y me da un abrazo, tan solo un par de horas cada semana me permiten verla y compartir con ella, pero es suficiente para disfrutar de su presencia. Gracias a mi madre conozco el mundo allá afuera, se que sucede y que debo ser el mejor para ser admitido y protegerla de todo el horror que yace en este mundo.

– Hola mamá.

– Buenos días hijo, ¿como estas?

– ¡Genial!. ¿Hoy me leerás el cuento del mago? ¡Por favor!. Le suplico con ternura.

– ¡Claro!. –Contestó con voz cálida–. – Se llaman druidas hijo.

– Gracias. –Mi madre es una mujer hermosa, de piel blanquecina y ojos de un marrón oscuro, por lo general se engalana en vestidos largos y de pliegues que llegan hasta la altura de sus rodillas, es extremadamente bella y formal, piensa las cosas antes de hacer cualquier tipo de acción que pueda derivar en un daño para nuestra familia, además de ser una pianista admirable, y psicóloga de profesión, desempeñando su labor para la armada de inteligencia Alemana en la Waffen-SS en estos tiempos de guerra, el día de hoy almorzamos juntos y caminamos por la alameda del parque contigua a la sala de control.

Posteriormente entramos a la biblioteca de la estación, al interior de una de las salas de música encontramos un sin fin de volúmenes con inmensidad de piezas musicales y libros que datan sobre la biografía de artistas clásicos como Ludwig van Beethoven y Johann Sebastián Bach, luego de algunos minutos mi madre toma una libreta con las obras de Frédéric Chopin, charla por algunos segundos con la bibliotecaria y aparta la sala C de piano, que usualmente es utilizada por nosotros cuando ella viene de visita.

Accedemos a la cámara y enciendo el interruptor de forma apresurada, mi madre sonríe, toma asiento y posa sobre el atril del piano de cola, la pieza musical de Chopin, en esta ocasión se trata de una mis favoritas, una sinfonía que se ha implantado en mi mente desde aquel momento y ha trascendido en mi mente como el inefable recuerdo de mi madre.

[Nota: Es la canción del principio del capítulo]

♬ 12 Etudes, Op. 25: No. 5 in E Minor ♬

52 blancas. 36 negras. La melodía toma un rumbo diferente al previsto, cada una de las notas se coordina y genera una especie de aura alrededor del instrumento y su excelso compositor, parece haber una sincronización casi perfecta entre la forma exquisita de su sonido y el universo mismo.

Quintas y octavas se mezclan en la sinuosa melodía que ambienta y evoca el estadio más puro entre la locura y la conciencia. Un equilibrio perfecto que refleja un alma que busca ser entendida y pide a gritos que la escuchen desde lo más profundo de su ser. Los pedales se coordinan con el compás natural de la canción, con los experimentados dedos de mi madre convertida en pianista que a los ojos de muchos no parece precisamente eso, juzgada por su forma de vivir y sentir el mundo que le rodea.

Parece que no hay nada más que importe, tan solo el simple y majestuoso hecho de disfrutar de ese precioso momento, al final, de eso se trata la vida, de disfrutar aquellos instantes felices que a pesar de ser pocos, destacan sobre todo lo demás y se imprimen en la forma más bella de la conciencia a modo de recuerdos felices, a la distancia de un tiempo que no es palpable, parecen tan distantes e inverosímiles como si nunca hubiesen estado allí.

Concluye la interpretación de mi madre y nos disponemos a regresar a la sala de lectura, allí toma el libro con la historia del druida que tanto me gusta y se dispone a iniciar la narracción con voz pausada y una sonrisa en su rostro.

XIII. Tinta Escarlata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora