Secuela de «Elevador de Nubes»
Harold Miller está enamorado, su novio claustrofóbico es una parte importante de su vida pero en ocasiones le hace perder el control.
Por suerte, Harold es un Tigre de Loto que no deja de mirar las nubes; también es es...
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«Espero que logres recordarme, te amo como el primer día, recuperaré ese primer día si es necesario»
Eso es lo que le diría si estuviera frente a mí... lamentablemente no es así, ahora sólo poseo una caja llena de recuerdos, algunas lágrimas y los frondosos árboles que rodean la cabaña.
Porque en esta vida hay momentos en los que la única compañía que se tiene es uno mismo.
La soledad es ambivalente, ofrece dos momentos distintos; primero te invade una sensación de desconsuelo, todas las esperanzas de ser amado o recuperar el amor se apagan, es ahí cuando el dolor suele aparecer.
Después viene un momento agradable que aunque no disminuye ese dolor suele hacerlo más llevadero; ese momento es la escucha, el hablar contigo mismo de lo que sientes, aquello que sueñas en grande y los temores que pretenden hacerte pequeño.
Me he dado cuenta que uno mismo elige cuál de los dos momentos prolongar; afortunadamente he elegido escucharme durante toda una semana en la cabaña de Rick y el eterno verdor del bosque Azulado.
—¡Oye Harold! Chúpamela un rato sí.
«Y así es como filosofar bajo la sombra de un árbol se convierte en algo jodidamente absurdo»
—Cállate Rick, no sin Brandon Hart.
—Sabes, tienes razón, si me la chupas tú solo sería muy aburrido.
—Eres único Rick Evans, ahora déjame pensar en paz, esos dos autos que debes reparar no van a arreglarse solos.
—Tienes razón, el trabajo antes que el placer —soltó la risa— sólo te diré algo antes de irme, piensas demasiado.
—Créeme que lo sé.
—Hazme un favor, cuando termines de filosofar ve a la cabaña, hornearé panecillos para ti.
—Gracias chico malo, eres adorable —le lancé un beso.
Cuando Rick se fue, mi celular vibró sobre el césped.