Fantina
En el año 1815 había un obispo que se llamaba Carlos Francisco Bienvenido Myriel, Era un hombre mayor, tenía setenta y cinco años, que para la época ya eran muchos años, porque antes la gente se moría muy joven. Llegó al pueblo con su hermana Baptistina, que era una mujer muy fea y solte-
rona y junto con su ama de llaves, Maglorie.Cuando llegaron al palacio
episcopal, que era donde vivían los obispos del lugar, se dio cuenta que vivía al lado de un hospital. Al llegar, fue a visitarlo y observó que habían muchos enfermos y ya no cabían, porque todos estaban apretados y en muy malas condiciones, entonces, el obispo Myriel invitó a ce-
nar al director del hospital al palacio episcopal, t después de enseñarle lo majestuoso del palacio, le dijo que le da-
ría el mejor palacio para que pudieran cuidar mejor a los enfermos y estuvieran más cómodos, y el obispo viviría en el diminuto hospital. El doctor aceptó inmediata-
mente y desde entonces el obispo vivió junto con su hermana y su ama de llaves en el pequeño hospital, reci-
biendo casi nada de dinero y entregándoselo todo al doc-
tor y al hospital para que los enfermos pudieran vivir mejor.Empezaba el mes de octubre
de 1815 cuando apareció por el horizonte un hombre cu- bierto en unas ropas viejas y sucias, se veía muy triste y
tenía la cara desencajada, se veía decepcionado de la vida. Tenía la barba larga pero la cabeza rapada, y aunque se veía como un hombre fuerte, no era un jovencito, pues tenía cuarenta y ocho años de edad. Su pantalón estaba roto por la rodilla, tenía una corbata mal amarrada y su camisa era tan vieja que ya se veía de color oscuro y llena de agujeros.Encontró una posada, que era como un hotel chiquito de aquella época, y entro a pesar de su mal aspecto. Juan Valjean caminó hasta el es-
critorio principal y preguntó si había techo y comida por la noche. El posadero respon-
dió sin mirarlo que si había, pero cuando lo miró bien se quedó sorprendido y le negó la comida y el techo inmedia-
to. Juan, sintiéndose triste por el rechazo, salió de nue-
vo a la calle agotado por las largas horas que había caminado, y lo triste fue que en todo lugar donde se paró para pedir comida o techo, lo rechazaron sólo con echarle una mirsda, Tan cansado es-
taba el pobre Juan que hasta trató de que lo dejarán dor-
mir en una celda de la cárcel, pero los policías dijeron que estaba loco y lo echaron.Casi como por ayuda divina,
Juan terminó en la puerta de la casa del obispo Bienvenido
Myriel, justo cuando su hermana y su ama de llaves hablaban de un hombre que había estado vagando por la ciudad y nadie lo había reci-
bido.Juan tocó la puerta y el obis-
por lo dejó entrar, casi sin preguntar lo sentó en la cabecera de la mesa y le dio de merendar. Juan contó su terrible historia, que lo ha-
bían hecho preso durante diecinueve años por haber robado un pedazo de pan para darle de comer a su fa-
milia, y apenas hace cuatro días había salido en libertad condicional, llevaba días sin probar alimento y a pesar te-
ner algunas monedas para pagar por su comida, nadie lo había querido recibir por su mal aspecto y por culpa de un terrible pasaporte amarillo que le habían dado a la salida de la cárcel, y que debía presentar en todo mo-
mento para que la gente su-
piera que es un exconvicto.El monseñor escuchó su his- toria y le dijo que no se preo-
cupara, que en su casa en-
contraría la comida y el des-
cansó que necesitara, Juan, sin embargo, no dejaba de observar los cuchillos de plata y cuando terminó de comer, observó bien donde los habían guardado.Por la noche, cuando por fin
después de años de no haber dormido en una cama decen-
te, Juan pudo descansar, pero los tormentos de su pa-
sado y las imágenes de su infancia en pobreza, de cómo tuvo que cuidar a su herma-
na, las injusticias que tuvo que vivir en la cárcel, así co-
mo el recuerdo de la noche en que robo un pedazo de pan para comer y fue dete-
nido por la policía y conde-
nado a la cárcel, lo hicieron despertar.Juan era un hombre bueno
pero la cárcel le había ensu-
ciado el ama, y al sentirse que jamás podría quitarse de encima la imagen de ladrón, decidió convertirse con mali-
cia en uno. Bajó al comedor, robó los cubiertos de plata y escapó a la media noche.Por la mañana, las mujeres
de la casa se horrorizaron por el robo, pero el buen monseñor se reía diciendo que "no se necesitaban cu-
biertos para remojar el pan con la leche". Mientras hablaban de esto, alguien tocó la puerta. Al abrir, des-
cubrieron a tres gendarmes de la policía, jaloneándose con un cuarto hombre, un hombre arapiento y de as-
pecto sucio, que respondía al nombre de Juan Valjean.

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Los Miserables
NouvellesPrimero que nada, subiré uno o dos capítulo cada 3 días, y les agradecería un montón si apoyaran esta obra de Víctor Hugo 🙆