Ni una luz se divisaba en el cielo aquella noche, la espesa niebla se había encargado de ocultar cada rayo de luz que tímidamente trataba de iluminar el camino de algún desventurado que vacilante caminaba por las calles húmedas y oscuras de Kystveien, luego de una agitada noche de tragos. Los pocos faros que habían resistido al despiadado invierno y a los pequeños bandidos de la cuidad, aún se alzaban erguidos con una suave luz tenue que iluminaba los adoquines desgastados y toscos del suelo. El silencio era común a esas horas y en esa época del año, el frio se encargaba de encerrar a muchos en casa apenas se ocultaba el sol, y aquellos valientes que desafiaban la profunda neblina y el crudo frio de la noche noruega, no duraban mucho en las calles sin sentirse derrotados nuevamente por la vieja naturaleza y obligados a apilarse, como cada noche, junto al cálido fuego de una chimenea; solo el estruendoso sonido del mar chocando contra la costa rompía ese silencio abrumador que rondaba las calles sombrías de la cuidad.
Ni un alma era capaz de aventurarse a las heladas calles, la oscuridad asustaba a cualquiera, hasta el más gallardo bribón le temía a esa eterna penumbra y a la misteriosa niebla que se esparcía absorbiendo edificios, casas, postes, arboles ocultando tras de sí demonios o criaturas caídas propias de los relatos antiguos narrados por los viejos en algún parque.
Unos pasos inseguros irrumpen en la quietud de la noche, vacilantes y taciturnos, cual bebe recién nacido tropieza en aquellas calles fatigadas. Una silueta torpe emerge de las profundidades de la niebla tambaleante y dudando de sus pies, apoyándose en las paredes sin poder levantar su torso. Sutiles gemidos de dolor provenientes del cuerpo se mezclan en la brisa y desaparecen rápidamente, nadie acude a sus encuentro, nadie atiende a su socorro. La luz de un faro a punto de extinguirse lo ilumina por unos minutos mientras descansa. Su espalda muestra su piel tersa y morena, mal trecha por dos profundas heridas en su espalda sobre lo que debían ser sus omoplatos. Su pelo negro, lacio y mojado se dejaba caer sobre sus mejillas, manchándose de la sangre que al parecer provenía de una herida en su parpado que aun sangraba. Su cara y cuellos aun oscuros por sombras, solo mostraron el contorno de rasgos rústicos pero elegantes. Su abdomen doblado por el dolor mostraba marcas de golpes y cortes superficiales para el, pero capaces de hacer que cualquier ser humano normal no pudiera siquiera levantarse. En el brazo en el que se apoyaba para que su peso no cayera al suelo se vislumbraban cortes recientes algo profundos y cicatrices ya cerradas de años atrás y cerca de su hombro lo que parecía ser un tatuaje, la insignia de la espada que los humanos tanto temían y odiaban. Sus pantalones, tenían una clara intención de ser negros, pero estaban desgastados y manchados con lodo, su calzado desgastado y cubierto de barro casi por completo, demostraba su largo camino hasta ese lugar.
Se levantó y siguió su camino, zigzagueando por la vereda, apoyándose de vez en cuando en la pared mas cercana para reposar. No esperaba encontrar misericordia en aquella cuidad o en ningún otra donde habitaran humanos. La experiencia le había enseñado donde era bienvenido y donde no, y definitivamente si habían humanos jamás seria bienvenido, mejor era estar con las bestias que siendo despreciados por aquellos por quienes, junto a sus hermanos, habían amado y dado sus vidas.
Apoyado en el frio mástil de un faro esperaba su fin, era demasiado tiempo viviendo solo, detestado y dañados por aquellos a quienes en algún tiempo errante había defendido. Debió haber muerto con sus camaradas ese día, ahora estaba solo y sufriendo malditos abusos de mortales despreciables, ambiciosos que ansiaban su poder. Su castigo por desobedecerlo, por incentivar la revolución, por luchar por lo que creían correcto.
Una mano cálida se poso en su nuca. Lo habían encontrado, sabría que no llegaría tan lejos como hubiera querido, lastimado y cansado no podía engañarlos, y sin sus majestuosas alas, solo podría arrastrarse. Ni siquiera tubo fuerza para levantar la cabeza. se dejo caer al suelo de espalda. Por fin llegaba ese esperado fin, estaría nuevamente con sus hermanos. Sus ojos comenzaron a cerrarse, el cansancio se apoderaba de ellos por ultima vez. La calidez volvió pero esta vez se posaba en su pecho mientras un perfume dulce revoloteaba en su nariz. ¿Así es como se siente la muerte?.
ESTÁS LEYENDO
Fallen
Fiksi Ilmiah"Porque si Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los entregó a fosos de tinieblas, reservados para juicio." 2 Pedro 2:4