28. Dime que me crees

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Clarke coge uno de los sobres, leyendo su nombre y dirección escritos con su propia letra en la solapa de éste.

- ¿Qué significa esto? – pregunta Clarke mirando alternativamente el sobre y los ojos de Lexa - ¿Son las...?

- Sí, lo son – responde rápidamente al ver cómo Clarke duda al pronunciar esa pregunta.

- Así que cuando me dijiste que no las habías recibido, también me mentiste ¿no? – su azulada mirada se endurece aún más, y suelta la carta de nuevo sobre la mesa. Al ver eso, Lexa nota como hasta sus pestañas empiezan a temblar. Odia ver esa dureza en el azul de sus ojos.

- ¡No! – exclama más alto de lo debido, dejándose llevar por el pánico que le entra al saber que Clarke piensa eso – No te mentí, Clarke. Al menos, no en todo – baja el tono de su voz, agachando la mirada al verse incapaz de mantener sus ojos en los de Clarke – En lo único en lo que te mentí fue en mi pasado, y quizá alguna cosa de mi vida en el presente. Las cartas no me llegaron, y lo que vivimos no fue mentira, Clarke, todo ha sido real.

- ¿Entonces? ¿Por qué tienes las cartas? – pregunta cruzándose de brazos, apoyando su espalda en el respaldo de la silla para mostrarse firme, ignorando esa última afirmación que no puede creerse.

- Las recibí ayer, me las envió mi ma...la madre de Raven.

- ¿Qué? – pregunta enarcando una ceja, dejando caer sus manos sobre la mesa.

Tanta confusión, empieza a crearle un repentino dolor de cabeza, y se ve obligada a acariciarse la sien. Desvía su mirada de nuevo hacia los tres sobres que yacen encima de la mesa, dándose cuenta de un pequeño detalle que ha pasado por alto debido a los nervios.

- Están abiertos – sus ojos se alzan hasta encontrar de nuevo ese verde lleno de tristeza.

- Sí, no he podido evitar leerlas...Creo que lo necesitaba... - confiesa sin bajar su mirada, esperando que Clarke sea capaz de ver en sus ojos todo lo que la lectura de esas cartas le ha hecho sentir.

- Y si nunca llegaron... ¿Cómo las ha conseguido la madre de Raven? – Clarke tampoco puede dejar de mirar sus ojos. Aunque sigue tan molesta, que es incapaz de interpretar lo que esas verdes esferas le estaban intentando decir segundos antes.

- Creo que será mejor que empiece desde el principio – reposa también su espalda en el respaldo de la silla, cruzándose de brazos de la misma manera en la que lo ha hecho Clarke minutos antes, intentando mostrar una seguridad que realmente no tiene. Lexa, no la cagues, por favor, ahora no.

- Pues estaría bien, porque la verdad es que cada vez me están entrando más ganas de levantarme e irme de aquí – esa rabia en sus ojos no cesa, y provoca que Lexa abra los suyos de par en par por el pánico que siente de golpe al pensar en que Clarke sea capaz de hacerlo.

- ¡No, por favor, Clarke! – Lexa deja de lado esa falsa pose segura, y como un acto reflejo, posa su mano sobre la de Clarke, provocando que la rubia dirija su mirada hacia sus manos.

Traga hondo al notar esa cálida palma sobre sus dedos, y aunque su mente le grita incesantemente que retire su mano en el acto, sin saber muy bien porqué, no se ve capaz de hacerlo. Joder, es que sentir a Lexa, aunque solo sea ese leve roce, consigue paralizarla por completo y derrumbar hasta los cimientos el muro de frialdad que lleva intentando construir desde que aceptó ese encuentro.

Al ver por fin ese brillo tan característico en los azules ojos de Clarke, Lexa siente unas irrefrenables ganas de levantarse y agarrar sus mejillas para perderse de nuevo en sus labios con todas las ganas del mundo. Y aunque le cuesta, joder que si cuesta, se obliga a controlar esas invasivas ganas, sabiendo que ese acto lo más probable es que le haga ganarse una fuerte bofetada por parte de la rubia y que ésta huya de allí sin darle opción de explicarse. ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil? ¿Por qué tuve que cagarla tanto? ¡Joder!

Alex's NannyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora