Prólogo

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Y ahí estábamos los dos.

Mirándonos a los ojos, nuestros ojos tristes, nuestros ojos llenos de lágrimas y dolor. Ahí estábamos, en el mismo lugar donde todo empezó. Pero ahora estábamos maduros, resignados, rotos.

Con el corazón en una mano y una daga en la otra, listos para soltar algún objeto y comenzar a usar el otro. Yo te enseñé a soltar la daga y usar el corazón. Meses atrás ambos soltamos el corazón y usamos la daga, clavándola una y un millón de veces en el otro. Ese día soltamos ambos, ya no quedaba fuerza para sostener ninguno. Parados frente a frente, expectantes. Eran las 7:30 de la noche y el sol se estaba metiendo, sus rayos acariciaban tu rostro pero tus ojos no brillaban como antes.

Me pediste un abrazo, te lo di con fuerza porque sabía que sería el último. Respiré tu aroma, sentí tu calor, recordé todos los abrazos que nos dimos antes con tanto amor. Yo no quería soltarte, podría haber muerto ahí, entregándote el último fragmento de mí ser pero tenía que hacerlo, tenía que soltarte, literal y emocionalmente. Volví a mirarte a los ojos mientras me despegaba de tu cuerpo y te dije adiós. 

Te dije adiós y te llamé por tu nombre y tú me dijiste —Adiós, amor—. Me di la vuelta y empecé a caminar, y mi mente y corazón jugaron conmigo de nuevo, me dijeron que no caminaría ni un par de metros y sentiría tus brazos tomarme por la espalda y tu voz decirme —No te vayas—.

Pero caminé uno, dos, treinta pasos y no te escuché, quise mirar atrás pero recordé aquella película que me regalaste años atrás. La protagonista de la película no debía mirar atrás al dejar aquel mundo extraño a donde había llegado, nunca dicen por qué pero no debía mirar si quería salir de él y no quedar atrapada para siempre, supongo que es una metáfora para las despedidas. Así que seguí adelante, caminé, tomé el autobús y llegué a casa. No mire atrás ni una sola vez, nunca en mi vida lo he hecho, tal vez porque nunca sentí la necesidad de hacerlo pero contigo la razón fue diferente. No quería mirar y ver como mi vida se escapaba de mis manos, no quería mirar y empezar a llorar, no quería correr a abrazarte y seguir viendo en tus ojos como me echabas de tu vida sin hacer un esfuerzo. Quería estar en paz y mirarte sería condenarme a una vida llena de tus fantasmas a mí alrededor, de tu risa apagada y de mis manos buscándote. En ese momento me di cuenta de que yo seguía con el corazón en una mano pero había perdido la daga.

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Conversaciones sobre anatomíaWhere stories live. Discover now