El Regalo de Navidad

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Para navidad Berta su abuela, le regaló un payaso, con brazos y piernas bien largos, revestidos de volados de colores, las manos eran guantes de algodón rellenos de guata, en los pies tenía extraños zapatos que parecían de verdad, eran de  cuero negro acordonados, el torso era pequeño en comparación con los miembros,también llenos de volados de tela de colores diversos, en el cuello y en los puños tenia tul azul y rojo. La cabeza era casi del tamaño de la de Pablo, era de goma, una nariz roja prominente, una boca remarcada en blanco y rojo, la típica  sonrisa sardónica de payaso, los ojos eran lo más extraño que tenía, eran negros y grandes, con las cejas inclinadas en una posición ladina, el pelo eran dos mechones blancos encima de las orejas, el resto de la cabeza era calva con un pequeño sombrerito de goma amarillo.
Pablo pensó que la abuela tenía un gusto extraño y horrible, ese payaso era un pésimo regalo para un niño de cinco años como él. El payaso era literalmente espantoso, no solo por lo feo sino por lo que emanaba, una aura siniestra se desprendía de él.
Pero Pablo a su corta edad no entendía de cosas oscuras o siniestras, tan solo lo veía muy feo y no tenía ninguna intención de jugar con él.
Como siempre Pablo le agradeció a su abuela el regalo, porque sobre todo era un niño muy educado y lo llevó arrastrando a su habitación.
Su papá  decidió que como era un regalo de su abuela, lo colgarian de la pared, el niño sugirio que se colgara de la  pared más  lejana a su cama, ya comenzaba a sentir un repelús por el muñeco.
Esa noche cuando Pablo se acostó, miró al payaso, sintió un escalofrío de terror, el payaso había girado la cabeza levemente y lo miraba de frente, Pablo se tapó la cabeza con la cobija temblando de miedo,  hizo sus oraciones y al final se durmió.

Por la mañana el payaso no estaba colgado en la pared, sino caído en el suelo. Pablo sin pensarlo corrió en pijama hacia la cocina  con su mamá, allí su mamá lo vistió y le dio el desayuno para que fuera a jugar.

En esos días Pablo evitaba entrar a la habitación, de esta manera no miraba al payaso. Solo cuando su mamá lo llevaba a dormir, él entraba, se acomodaba en su cama y su mamá lo arropaba, era cuando permanecía en su habitación.
Una noche le dijo a su mamá que comenzará a dejar la luz del pasillo prendida, cuestión que habían dejado de hacer desde que él cumplió los cinco años justamente cuando empezó a recitar las plegarias que su mamá le enseñaba.

Su mamá le preguntó la razón pero Pablo dijo que si quería ir al baño no quería tropezarse. Si algo tenía Pablito era orgullo, no quería quedar como un bebé por decirle a su mamá sobre el muñeco.
Su mente de niño no alcanzó a ver que luego se arrepentiría de ser tan orgulloso.

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