El Patio

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Una de esas tardes de otoño que todavía permiten estar al aire libre porque el sol aún entibia un poco  el cuerpo, Pablo juega en el  patio del colegio con una pelota que hace picar contra la pared.

Esta solo, su mamá está cocinando para la cena, su padre salió por una diligencia, sus hermanos mayores están en sus respectivas actividades.
Pablito se entretiene un buen rato tirando la pelota contra la pared, la impulsa cada vez más alto, y eso lo hace sentir feliz.

Cómo si existiera algo que se empeñase en opacar la felicidad de Pablito,  repentinamente las nubes ocultan el tenue sol otoñal,  brota una fría ráfaga de viento salida de quién sabe dónde le desordena el pelo y le produce también un escalofrío que recorre su pequeña columna vertebral.
En el murmullo del viento Pablo cree oír su nombre.

Por alguna oculta razón o tal vez no tan oculta,  mira hacia arriba y ve algo extraño en la ventana del primer piso que justamente es su habitación, una cabeza calva con  un sombrerito amarillo se asoma pegada al vidrio, tarda en unos instantes en reconocer la cara de payaso, que está vez no sonríe, lo mira fijo y lo saluda con su mano enguantada.
Pablo aterrado corre hasta la cocina y se abraza a su mamá, quién le devuelve el abrazo, otra vez, no comenta nada por temor a que no le crean. Gran error.

Esa noche sus papás han salido a una fiesta.
Cómo manera de consolarlo por no estar para llevarlo a la cama, le permiten a Pablito dormir en la habitación con sus dos hermanos mayores.

Esto es algo que evita que Pablo se encuentre esa noche con el payaso, y él está muy, pero muy feliz.

Pero su felicidad no duraría.

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