La estatua

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Clarke Griffin había comprado una bonita casa con un inmenso jardín

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Clarke Griffin había comprado una bonita casa con un inmenso jardín. Los antiguos moradores decían que estaba encantada y que sus paredes escondían miles de historias y secretos.

A la rubia no le importaba. Le atraían este tipo de misterios, quería desgranarlos y averiguar su procedencia. En uno de sus paseos por su extenso jardín, se decidió a entrar al pequeño laberinto que este contenía y al llegar al centro encontró una hermosa estatua.

Era de una mujer y se encontraba desnuda. La habían esculpido sobre la piedra con todo lujo de detalles. No dejaba nada a la imaginación de quien la miraba. Sus ojos se veían fieros y si hubiera estado viva, diría que su forma de mirar derretiría el ama del más aguerrido guerrero.

Porque eso es lo que representaba esa mujer. Era una guerrera, desnuda si, pero guerrera, en sus manos portaba dos largas espadas que debía blandir con destreza. Su cuerpo se vía tonificado con brazos fuertes y pechos firmes.

Esa parte concreta de su anatomía llamó la atención de la rubia que se mordió el labio inferior con evidente deseo.

Su vientre se veía plano y fibroso, sus piernas delgadas y atléticas. Y de nuevo la mirada de la rubia se perdió en un punto concreto de su anatomía.

Si hubiera estado viva sería una mujer espectacular digna de ser llevada a su cama y porque no a su vida, si pudiera darse el caso.

Pero desgraciadamente sólo era una estatua. Una que la hacía arder en deseos y provocaba cosas en su cuerpo que ningún ser viviente había conseguido.

Después de una última mirada decidió irse de allí, pero como si de un imán se tratase día tras día, regresaba al mismo lugar y la contemplaba. A veces la tocaba y otras la hablaba. Pero la mayor parte del tiempo se limitaba a mirarla y a perderse en las perfecciones de su cuerpo.

Sus amigos decían que estaba enamorada. Ella lo negaba ¿Como podía haberse enamorado de una estatua? Se preguntaba una y otra vez mientras miraba desde la privacidad de su habitación, a la imponente estatua de esa gran mujer, que se erguía orgullosa por encima de las paredes del laberinto.

Una noche en un intento de olvidar a su mujer de piedra, se perdió por una de las múltiples páginas que internet podría ofrecerle y así es como dio con el mito de Pigmalión y la estatua.

La página decía que Pigmalión juró no enamorarse jamás de una mujer que no fuera perfecta. Pero todo cambió cuando empezó a modelar una estatua con forma de mujer. A medida que iba tomando forma Pigmalión iba sintiendo que algo se forma en su interior. Un calor que antes no existía ahora residía en lo más profundo de su corazón. Fue al terminar su obra cuando el amor estalló y se dispuso a colmar de besos y caricias a su estatua. Pero el desasosiego pronto se instauró en él cuando se dio cuenta de que se amor no era recíproco, porque la estatua era eso, una estatua. Un ser inanimado creado a partir del mármol que él mismo había esculpido y modelado. Por suerte la fortuna le sonrío y Afrodita escuchó los rezos de este pobre rey, quien penaba por el amor de su estatua. La diosa quiso complacer al hombre y cuando este volvió junto a su estatua y deposito un sencillo beso sobre ella, se dio cuenta de que irradiaba un calor especial. Y fue así como una bella estatua cobro vida gracias a una diosa y a los rezos de un hombre enamorado.

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