Hay juegos a los que es mejor no jugar ¿jugamos?

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Cuenta la leyenda, que los lugares más encantados del mundo, están en América, sus espíritus son malvados, agresivos. Moran en casas, mansiones, sanatorios y en un sin fin de lugares demenciales.

En 1692 en Kansas, Tennessee, había una familia que tenía una granja, la familia constaba de seis miembros: Mary, Tom y sus cuatro hijos: Sebastian, Lucyl, Zachary y Nicole. Se cuenta que Mary, era una especie de sanadora o curandera, además de ayudar como comadrona en innumerables partos, sobre todo en los difíciles. Acudían a ella constantemente gentes de todo el estado.

Pero un día el miedo a lo desconocido y los mitos sobre la brujería y el satanismo corrieron como la pólvora sucumbiendo a su paso con la buena familia Montgomery.

Estoy convencida que esta no será la primera vez que escuchas este tipo de historia, la de unos jóvenes que juegan con lo que no deben y terminan pagándolo muy caro. Pues esta vez será muy parecido... aunque quizás, esta vez te sorprenda el final.

La adolescencia es esa etapa de la vida donde caben todo tipo de locuras y estupideces, y así empezó todo, un grupo de jóvenes probando algo tan curioso como la güija. Para muchos es la manera de llamar a los espíritus de los muertos, para otros sería una puerta a lo desconocido, un acceso directo de comunicación con toda clase de presencias sobrenaturales, muchas de ellas demoníacas, malvadas y agresivas.

Digo curioso porque en parte no crees que sea más que un juego, pero por otra parte te convences a ti mismo de que es algo real cuando las cosas se vuelven oscuras, tenebrosas e irracionales.

Sandy era la «dama de ceremonias» quién seguía las instrucciones de un libro sobre espiritismo y magia sacado de la biblioteca. En el libro aparecían varios tipos de güija, y las instrucciones de cómo dibujarlas y realizar las sesiones.

Dan, mientras, se liaba un canuto de marihuana, Sara encendía las velas y el incienso, Paty dibujaba las letras y símbolos en la tabla, tal cual le decía Sandy. David y Ana preparaban tentempiés, bebidas, y toda la comida basura que habían reunido.

Se encontraban en una pequeña cabaña que habían alquilado para pasar las vacaciones de verano. Era noche cerrada, calurosa, húmeda, de esa clase de humedad que se levanta cuando va a llover.

Ana había preparado una sangría, pero llevaba mucho más vino que fruta. Entre el alcohol y el humo de los porros, el grupo de jóvenes no tardó en estar colocado y ebrio.

Dan y David se reían del tema de los fantasmas y espíritus, no sé si por miedo, estupidez o simplemente por cubrir la cobardía que los invadió a todos en el momento en el que el vaso empezó a moverse solo. Cuando le preguntaron por el nombre, respondió: «Nicole». Dan y David se rieron, se burlaron, a pesar del temblor que se les notaba en la voz cuando, Nicole, empezó a contar secretos íntimos de todos ellos, cosas que no le habían contado nunca a nadie. No pudieron, o no supieron, como afrontar la vergüenza, y optaron por lo habitual en jóvenes de diecisiete años, ofender a base de insultos típicos a las chicas, atacando sus complejos de belleza. El vaso cada vez se movía más de prisa, lo suficientemente rápido para que todos dejaran escapar el dedo del vaso, se movió tan veloz que se estrelló contra la pared, haciéndose añicos y esparciendo los cristales por el suelo, en el mismo momento en que las ventanas se abrieron, entrando una fuerte ráfaga de aire que apagó todas las velas y cayó un rayo cerca de la cabaña, provocando que se fuera la luz. Todo estaba oscuro, el viento era frío, tanto que erizaba la piel, eran como caricias punzantes en el rostro y en la parte de detrás del cuello, era como un pequeño suspiro frío, como cuando alguien te tira el aliento en la coronilla, pero este era un aire helado que recorría todas las fibras del cuerpo. Además del vaho que exhalaban todos ellos, como si estuvieran en pleno invierno. Todos se quedaron en silencio por un momento, intentando entender lo sucedido. Pasado ese período de incertidumbre empezaron los reproches los unos a los otros, intentando que los demás cargaran con la responsabilidad de cada uno. Todos habían tenido parte de culpa, por burlarse, reírse y no tomarse en serio lo que había empezado como un juego, influenciados, sobre todo, por los porros y el alcohol, habían perdido, por unos instantes, la capacidad de razonar y se habían dejado llevar por sus instintos, principalmente por el miedo.

El Rincón de mis HistoriasWhere stories live. Discover now