Una de las cosas que más recuerdo de mi abuelo es el parecido que tenía con Jaime Sabines. Aunque él, mi abuelo, jamás había escrito poesía. Pero pienso que debió hacerlo. Era, como la mayoría de los ancianos, un ser modesto, tranquilo, lleno de sabiduría.
Mi abuelo siempre fue, ante la ausencia de mi padre, mi «figura paterna». Disfrutaba inmensamente ir a visitarlo cada fin de semana, cada temporada de vacaciones.
Los últimos meses que pude compartir con él, se los pasó en una cama, sin hacer nada más que dormir; había tenido un accidente. Cada que llegaba a visitarlo, estaba durmiendo; yo sólo esperaba a que despertara para poder platicar con él. Así, cada fin de semana por ocho meses.
La última vez que fui a su casa, todo fue distinto. Estaba toda mi familia. Mi abuela, mi madre, mis tías, todos, lloraban. Quise saludar a mi abuelo, pero, como siempre, estaba durmiendo. Pensé en esperar que se despertara y así poder escuchar una de sus historias. Fui a la sala para ver televisión. Mi madre me había mandado ahí junto con todos los demás niños. No presté atención en lo absoluto a las caricaturas que transmitían o a cualquiera de los que estaban ahí.
Desde la sala pude ver entrar a dos hombres que jamás había visto en la casa de mi abuelo; ambos vestidos de blanco. Los seguí con la mirada. Pocos minutos después volví a ver a estos dos hombres, sólo que ahora llevaban a mi abuelo acostado en una camilla.
Tiempo después de éso, volví a la misma casa. Corrí para saludar a mi abuelo, pero no estaba. Me alegré mucho al no verlo recostado en la misma cama que los meses pasados; me entusiasmaba la idea de pensar que ya se había recuperado completamente de su accidente.
Regresé a la misma casa cada fin de semana, al menos por un año, esperando platicar con mi abuelo. Llegaba y él ya no estaba acostado, ya no dormía. Siempre me alegraba no verlo postrado en la misma cama lúgubre y fría de siempre; y me ponía a pensar en todas las cosas que debió haber estado haciendo esas tardes que no lo encontré.
La última vez que fui a buscarlo, y no lo vi más, comprendí que ya había dejado de dormir, entendí por qué dejó la cama.
Hasta ese día supe lo que era la muerte.