VII

54 5 0
                                    

Dejó de leer la carta, pero el llanto no cesaba.

Salió hacia la calle. Corrió sin rumbo alguno. No había nadie, era de madrugada. No se escuchaba nada más que el silencio. No se sentía nada más que el aire. Llegó a su mente la figura de su amada. No dejaba de llorar. No podía asimilar que fuese cierto. Había perdido ahora todo lo que tenía en la vida. ¡Había perdido su cura para la vida! Él lo sabía. Alessandra era la única razón por la que se encontraba ahí.

Alessandra era su único motivo para vivir. Ahora se encontraba solo, perdido, yendo sin rumbo, parecía que la cordura lo había abandonado.

Una semana entera se la pasó sin dormir. Se quedaba sentado en la sala, con una taza de té que jamás bebía, esperando a que Alessandra entrara por la puerta. Leyó una y otra vez la última carta que ella escribió, como queriendo encontrar un error, como esperando que su muerte no fuera cierta.

Salía cada tarde a buscarla.

Buscaba su risa en los teatros; su mirada en las pinturas; su cuerpo en los museos; asistía a todos los cafés en los que bebían; a los parques en los que soñaban; buscó en toda su ropa un poco de su aroma; en sus tazas un poco de su aliento, el calor de sus labios, el sabor de sus besos; la buscaba en sus sueños, que ahora no eran más que pesadillas.

Caminaba todo el día. Esperaba que Alessandra corriera detrás de él y rodeara su cuello con sus delgados brazos, como solía hacerle cuando se molestaba. Llegaba ya por la tarde al final de la ciudad. Subía al puente que lo conectaba con la ciudad vecina. Miraba la gran corriente de agua que pasaba debajo. Ese era el mismo puente que visitaba junto a su amada algunos días para ver los atardeceres.

La última vez que llegó al puente, leyó en uno de los pilares algo que había escrito en su última visita con Alessandra: Morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres; porque el amor cuando no muere, mata; porque amores que matan nunca mueren.

Sentado a la orilla del punte, vio una vez más la gran corriente de agua; la escuchaba suavemente pasar, interrumpida sólo por el vaivén de los coches. Escuchó la voz de Alessandra decir «te querré eternamente», y la última lágrima bajó por su mejilla.

Nunca se le volvió a ver después de esa tarde.

AlessandraWhere stories live. Discover now