Prólogo: El Principe y la Hechicera

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Prólogo: El Príncipe y la Hechicera

Era un día sumamente nublado, era obvio que iba a llover. Las nubes hacían que el bosque luciera lúgubre, aterrador. Y pese a esta vista, un hermoso castillo no perdía su imponente imagen entre los árboles. Una mujer frente a la entrada principal de la construcción se detuvo a mirar, su rostro no se veía ya que llevaba una capa con una capucha que cubría su rostro. Se detuvo y miró un rosal frondoso sobre uno de los muros, lo rodeó mirando todas las rosas en él, y su atención se fijó en la más grande y roja de todas. Extendió su mano para tomarla, y la mano sedosa que tenía se llenó de arrugas y pasó a ser la de una anciana, cortó la rosa y se dirigió al interior del castillo mientras que el frío viento movía su capa.

En el interior de la construcción, en una de las torres más altas, un joven era preparado por sus sirvientes. Uno de ellos le ayudó a ponerse un saco negro, mientras otro le daba los toques finales a su cabello. El joven se miró en el espejo, extasiado por la imagen en él, amaba su aspecto, su posición y amaba todas las ventajas que esto le traía. Sonrió y extendió su mano, el sirviente que arregló su cabello le dió un antifaz de color rojo, y el apuesto chico se lo puso enmarcando sus ojos color miel.

-Amo, ya es hora-un hombre alto y delgado dijo mirando un reloj de bolsillo, guardó el aparato y abrió las puertas para dejar pasar al muchacho.

El ojimiel caminó a paso veloz con sus tres sirvientes trás él escoltándolo, bajó las escaleras a toda prisa y se detuvo frente a dos enormes puertas.

-Luzco perfecto, ¿No es así?-preguntó el joven con vanidad y una alardeante sonrisa.

-Por supuesto que si, Amo-contestó uno de los sirvientes con un tono elegante y condescendiente a la par que hacía una reverencia.

-Muy bien, abran las puertas-dijo a sus sirvientes y estos obedecieron. Al abrir, se dejó a la vista un salón de baile enorme con acabados de oro, todo grácilmente iluminado a luz de vela, réplicas de piedra de instrumentos musicales decoraban las paredes superiores, los pilares estaban adornados con listones rojos, en el centro del salón, situado en el piso, había una clase de sello con las siglas “KI” escritas en oro.  Sobre él, varias damiselas bailaban al son de la canción que una chica de cabello naranja entonaba acompañada de un joven con anteojos y cabello azul. Al fondo del salón yacía un enorme y hermoso trono, decorado con oro y terciopelo. El joven y sus sirvientes vieron la escena, hasta que el primero carraspeo para llamar la atención de los que lo acompañaban-Sosuke-nombró a su mayordomo principal-Si no me anuncias, nadie sabrá que estoy aquí-dijo el joven con un ligero gruñido.

-Oh, si, cierto-Aizen Sosuke, un hombre maduro pero con buen porte, caminó al centro del salon, tenia cabello castaño peinado hacia atrás atado en una coleta, su atuendo era de color rojo con aplicaciones doradas y pantaloncillos negros, y en su bolsillo derecho, su inseparable reloj atado con una cadena-Su atención por favor-su voz llamó la atención de las damiselas que bailaban, haciendo que la chica que cantaba y el chico que tocaba el piano también guardaran silencio-Recibamos con el debido respeto a su Alteza, el Príncipe Kurosaki Ichigo-las damiselas se hicieron a un lado haciendo reverencia al Príncipe, un joven atractivo de llamativo cabello naranja.

-Estoy seguro que pueden hacer algo mejor que eso-dijo Ichigo con fastidio. Levantó sus manos indicando que esperaba aplausos. Ichimaru Gin, otro de sus sirvientes pero al que más confianza tenía, se adelantó y empezó a aplaudir haciendo que el resto de la gente en el salón lo secundara. Ichigo sonrió y cerró los ojos satisfecho, era lo menos que podían hacer por él después de todo.

Atravesó el salón y llegó a su trono en donde se sentó de manera descuidada-Continúen…-indicó con su mano desinteresadamente. Con esto los músicos y las damiselas siguieron con lo que hacían-Gin…-Llamó al sirviente que siempre se mantenía a su lado.

The Beauty and the BeastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora