—¿Qué estás mirando, Arthur? ¡Alguien como tú no tiene derecho a levantar la mirada! —afirma el cadáver, cuyo rostro putrefacto y pálido exhibe unos extraños rasgos andróginos.
Me quedo observándolo en silencio, con los ojos desmesuradamente abiertos. Estoy temblando de pies a cabeza, pero no puedo levantarme para huir. Me siento débil, extenuado. Mientras tanto, los amarillentos iris de pupilas rojas del cuerpo a mi lado me contemplan con odio profundo. Es como si mi cara le provocase repulsión. No me pierde de vista ni un segundo, no parpadea. ¿Por qué mi semblante le parece tan repugnante?
—Si supieras qué eres, aceptarías gustoso tu destino —declara la macabra figura, la cual aún está sujetando la coyuntura de mi brazo con fuerza.
En ese momento, el cuervo grazna de nuevo. Está volando muy cerca de mi cabeza. Se detiene de manera repentina a unos cuantos centímetros de donde estoy recostado. Infla el pecho al máximo y luego arroja desde su pico un líquido negruzco, viscoso, caliente. La sustancia baña mi cara y me obliga a cerrar los ojos. Poco después, siento que mi cuerpo entero está cubierto por el fluido. El cadáver parlante comienza a carcajearse sin ninguna decencia.
—Ha llegado el momento —susurra el ente cadavérico, al tiempo que suelta una ráfaga de su aliento fétido en mi oído.
Sin previo aviso, mis músculos comienzan a moverse por voluntad propia. No tengo control alguno sobre lo que estos deciden ejecutar. Es como si un titiritero estuviese a cargo de todo cuanto hago. Apenas logro percatarme del instante en que me pongo de pie. Los dedos de mi mano derecha están sujetando algo que no reconozco. No puedo verlo porque el líquido en mi rostro hace que me ardan los ojos si intento separar los párpados. Mientras todavía intento descifrar de qué se trata, mi dedo pulgar se desliza sobre lo que parece ser una ruedita metálica y luego acaba encima de un botón. Acto seguido, mi brazo se flexiona hasta colocarse a la altura de mi pecho. Un intenso calor empieza a envolverme con rapidez. La desesperación absoluta me invade cuando me doy cuenta de lo que está sucediendo. ¡Acabo de prenderme fuego! ¡Voy a morir calcinado!
—¡Nadie guardará tus restos ni se acordará de ti! ¡No habrá monumentos funerarios en tu honor! ¡Recibe lo que te mereces! —clama la voz del muerto parlante.
El cuervo chilla otra vez. Sus ruidos se parecen más a una risa humana que a un sonido animal. Pero me olvido de sus graznidos cuando el dolor de las quemaduras se apodera de mí. Sigo sin ser capaz de hablar o de gritar y no tengo dominio sobre mis miembros. Mi alma se deshace en alaridos no exteriorizados. Poco a poco, mi consciencia se va apagando conforme más va ardiendo mi cuerpo. De pronto, la tierra bajo mis pies se sacude y un gran hoyo se abre. Caigo dentro del agujero y en breve me recibe un estanque con agua helada...
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¿Qué estás mirando?
HorrorAlgunas visitas imprevistas pueden alegrarte el día, otras pueden cambiarte la vida y algunas más pueden destrozarte la cabeza... literalmente... [Relato participante del desafío "La hora del terror"]