Reminiscencias (Etapa V)

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—¿Hacia dónde crees que vas, Arthur? —pregunta el enorme ente de pelaje grisáceo y rasgos humanoides, mientras me observa con su desdeñosa mirada amarillenta.

Por alguna razón ajena a mi entendimiento, juraría que he visto este rostro antes. Hago un esfuerzo considerable por traer algún recuerdo a mi mente, pero no lo consigo. Me cuesta mucho trabajo ordenar mis ideas con tanta sangre amontonándose en mi cabeza. La criatura sujeta mi pie con desmesurada fuerza. Ya casi he perdido la sensibilidad en él. Los demás monstruos se limitan a contemplar la escena en silencio. Ninguno de ellos me quita los ojos de encima. Los miro con disimulo, uno por uno. Los conozco, estoy seguro, pero ¿de dónde? ¿Por qué sus caras me resultan tan familiares? Mis pensamientos están revueltos y comienzo a sentirme abrumado.

—¿Qué estás mirando? ¿Acaso sigues sin comprender quiénes somos? —dice mi captor, para luego escupir sobre mi frente.

Su prominente dentadura representa lo que parece ser una sonrisa de burla. El resto del ejército de bicharracos prorrumpe en carcajadas. En ese momento, el ente se pone a balancearme varias veces, como si yo fuese un péndulo, y me suelta. Unos segundos después, caigo de bruces encima de un gran bulto rígido y frío. La luz que proyecta la luna no me alcanza para distinguir qué es. Mientras me pongo de pie, las criaturas hacen un círculo alrededor de mí. Sus ojos ambarinos se asemejan a los de un gato, pues reflejan el brillo lunar con increíble facilidad. Uno de ellos trae una antorcha en la mano y la coloca cerca de donde estoy.

—¡Tu suerte está echada, acepta tu destino! —exclama él, al tiempo que señala el sitio en donde estuve postrado hace poco.

Ahora sí puedo verlo con claridad. Es un hombre que lleva puesta una extraña vestimenta blanca adornada con un montón de tiras al frente. Sus manos están levantadas y tensas justo en frente de su cara, así que me aproximo para mirarlo mejor. Tiene la piel pálida, mortecina. Sus ojos negros están al descubierto y se enfocan en algún lugar desconocido. Parece que ha abierto la boca para no cerrarla nunca más. Su lengua está curvada hacia atrás y la garganta luce dilatada. Podría decirse que este pobre diablo murió de miedo. Estoy sumamente inquieto, pero no se debe a las desagradables muecas que observo. Intento descifrar cuál es el origen de lo perturbador en este individuo mediante un nuevo acercamiento, pero soy incapaz de entenderlo.

—¿Todavía no quieres admitirlo? ¡Míralo bien! —clama el portador de la tea.

Examino al varón con la vista una vez más y por fin noto algo nuevo. Trae una fina cadena metálica alrededor del cuello. La levanto con cuidado. Tiene un pequeño dije en forma de rectángulo. Hay una inscripción estampada en la placa. Está bastante borrosa, pero aún se lee. Son solo dos palabras: Arthur Jermyn. Siento que se me congelan las entrañas y empiezo a temblar... ¡Estoy en frente de mi propio cadáver!

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