Una gélida brisa casi me congela las mejillas en cuanto abro la puerta. De nuevo me encuentro con un oscuro espacio vacío en frente de mí. Aún no alcanzo a entender por qué diablos sigo obedeciéndole a ese insistente golpeteo que se repite desde hace cinco días, a la misma hora de siempre: las cuatro de la madrugada. Está claro que alguien me ha estado jugando alguna clase de broma pesada o quizás es que estoy comenzando a imaginarme cosas. Decido que es mejor cerrar la puerta, ponerle el seguro e irme a dormir pero, antes de concretar mi plan, me asomo otra vez. Solo quiero estar seguro de que no haya ningún gracioso ocultándose justo debajo de mis narices. Giro la cabeza hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Nada. Me encojo de hombros y entro.
Estoy exhausto, así que me voy directo hacia mi habitación. Me quito los zapatos y me recuesto, pues no tengo ánimos para cambiarme de ropa. Luego de unos pocos minutos, me quedo profundamente dormido. No tengo noción del tiempo que permanezco ajeno al mundo exterior y, si he tenido algún sueño, no lo recuerdo. Solo sé que algo me despierta de golpe. Estoy sobresaltado y siento como si me hubiesen forzado a abrir los ojos. Mi recámara sigue oscura y silenciosa, por lo cual concluyo que no ha amanecido aún. Quiero saber qué me robó la paz, pero mi fatiga es muy grande. Prefiero ignorar este incidente y hacer el intento de conciliar el sueño de nuevo. Para mi buena suerte, me tardo menos de cinco minutos en conseguir mi objetivo.
Una espantosa presión repentina, justo en mitad de mi pecho, destruye mi delicioso letargo de manera definitiva. Siento como si una estatua de piedra hubiese venido a pasar la noche reposando encima de mí. Empiezo a palparme el torso centímetro a centímetro. Por alguna razón inexplicable, necesito saber con urgencia si sigo estando completo. ¿Qué pretendo encontrar? ¿Un hoyo? ¿Una cortadura? No tengo idea, solo sé que debo conocer la verdad. Pronto me percato de que no hay nada fuera de lugar. Mis puños se cierran y comienzan a temblar. ¿Qué me está pasando? Intento inhalar y exhalar despacio para así calmar mis crecientes nervios, pues la fuerte presión en mi tórax sigue ahí.
—¡Estamos juntos! ¡Gracias por permitirnos entrar! —murmura una voz chillona, al tiempo que un aliento frío sopla dentro de mi oreja izquierda.
Miro de reojo y puedo distinguir el molesto brillo de dos puntos amarillentos enfocados de lleno en mi rostro. De inmediato se me hace un nudo en la garganta. Desvío la mirada hacia el frente y es así como descubro la presencia de un gran bulto oscuro, amorfo, sobre mi pecho. Un grito sordo se me escapa sin que pueda evitarlo. En ese momento, ya no son solo dos, sino diez pares de puntos amarillos los que me observan con fijeza, mientras el paso libre del aire a través de mi garganta se va cerrando...
ESTÁS LEYENDO
¿Qué estás mirando?
HorrorAlgunas visitas imprevistas pueden alegrarte el día, otras pueden cambiarte la vida y algunas más pueden destrozarte la cabeza... literalmente... [Relato participante del desafío "La hora del terror"]