I.

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{ S e i s   P é t a l o s }

Siempre recordaría aquello que asolaba con dolor su corazón. Sufriría el resto de sus días la marca con la que había nacido, dedicado por siempre a ser enemigos, a atacarlo, a hacerlo desaparecer. Resonaba en su oído siempre el decir de aquellos más arriba de él; No puedes ser su amigo, es tú enemigo. Diciendo así, interponiendo su origen con aquello que le destruía. El amor por él. Enamorarse del enemigo, del que sería el objetivo de su arma, de sus ojos, el rojo que acostumbraba a ver.

No podía olvidar aquellos recuerdos que nunca desaparecerían, no podría jamás dejar aquella promesa. Su promesa, la única que los unía. Él, el siguiente heredero de su pueblo, de su reino, había nacido con la maldita agraciada de las suertes, la marca de los pétalos. Aquella con la que solo conseguía que sus queridos sufriesen por él. Se odiaba así mismo y a esa marca que día a día le acompañaba en su brazo, a la vista de sus conocidos. Se lo decían y repetían, no era mala suerte, aquella marca debía brindarle fuerza inexistente, pero ¿Qué era aquella fuerza comparada con el daño en consecuencia?

Por mucho que sus padres se lo repitieran, él sabía. Tan sólo era una maldición, por ello, cuando conoció a esa persona durante su mártir, no pudo dejar de recordarla día a día. Ese pequeño muchacho, ese príncipe lejano, su ensueño de cada día, su enemigo o por aquél nombre que jamás olvidaría, Kaito Kuroba. Ese que, durante su pérdida, fue el único que prometió estar a su lado, aún si todos le abandonarían por aquella marca roja que le adornaba.

La marca roja de los seis pétalos.



Alzó su espada, tirando con un golpe seco la persona que se hallaba sobre él. Era temprano por la mañana, pero los ataques de este no cesarían hasta conseguir su propósito; hacerle daño. Un demonio, pero a su vez, su compañero de batalla, Heiji Hattori. Este personaje, pese a que odiaba su origen, era también aquel que apareció para acompañarle mientras él portara la marca de desgracia. Por mucho que le odiara, había tomado costumbre a que este le acompañase, con aquella sonrisa sorna, intentando siempre superarlo. No le hacía falta la fuerza de un demonio para ganar. No la necesitaba, pero no desearía esto a nadie.

—¿Algún día caerás ante mí, Shinichi? —cuestionó la inconfundible voz del demonio. De no ser porque osó llamarle por su nombre, habría ignorado por completo la falta del jovial moreno, sin embargo, sólo por aquel hecho, levantó su espada en amenaza, rápidamente colocando el filo de su arma contra el cuello de este.

—No pasará —declaró firmemente, mirándolo con desprecio.

El demonio levantó una sonrisa, resentida más que otra cosa, pero dejó los comentarios para otro momento. No dudaba que el muchacho heredero le cortaría la cabeza de ser necesario, por mucho que eso no bastase para matarlo, si dolía. Calló, dedicándose a su único motivo para estar ahí, seguirlo. Por supuesto, este sería el día en que como demonio, también podría burlarse del príncipe Kudou. La misión de hoy era hacer caer en definitiva al enemigo, incluyendo también a quien los lideraba, el actual rey, Kaito. O más bien dicho, el punto débil de Shinichi Kudou.

.  .  .

Al adentrarse al salón principal, solo deseó que la conversación terminase pronto. El rey, Yuusaku, era determinante en cada una de sus decisiones, y aquella que debía cumplir el príncipe no era una excepción. Shinichi se inclinó a pocos metros del lugar donde tomaba asiento el rey, en esta época, incluso el palacio se hallaba destruido por los diversos ataques del ejército enemigo. Yuusaku no se encontraba ni mucho menos para bromas, puesto el injusto y sorpresivo ataque del reino vecino, que se suponía en un actual tratado de Entente Cordiale.

Seis Pétalos { KaiShin | ShinKai }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora