Capitulo I : La rutina.

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Como dije antes ella es Alena, 15 años, chica antiguamente feliz ¿problema? Creció y se llevó muchos palos en tan poco tiempo, actualmente: bulímica y suicida, con depresión e insomnio.

Esa noche tampoco pudo dormir, pensaba en todo lo mal que lo pasaba miraba al techo oscuro y sombrío mientras sus lágrimas corrían por aquel rostro desganado y triste.

Aquella mañana volvía ser como todas eran las 7:00 su madre Laura, corría a su habitación para despertarla para ir al instituto, mientras gritaba por toda la casa:

-¡ALENA CORRE! Que después siempre llegas tarde.- Cuando la mujer entró en la habitación vió a su hija tirada en la cama leyendo el móvil.

La madre no sabía nada de sus problemas solo sabía que se despertaba mal y se acostaba llorando, más de una vez pensó en llevarla al psicólogo pero ella se negaba. La madre ingenua y sin tener ni idea de la situación de su hija le dijo en tono bromeando:

-¿Ya estás hablando con tus amigos?- Y puso una leve sonrisa en el rostro intentando hacer sonreír un poco a su hija que hacía mucho tiempo que no la veía sonreír con ganas. Alena ni siquiera contestó, se puso en pie empezó a vestirse.

Cuando terminó de vestirse cogió la mochila y pretendía irse cuando su madre le dijo: 

-¿Y el desayuno? Tienes que comer Alena.- La chica mintió y contestó:

-He cogido dinero, comprare algo en la cafetería

La madre lo volvió a creer, le dio un beso en la mejilla y la dejó ir.

Eran las 8:22 cuando entró en clase.

-Llegas tarde, otra vez- le contestó su profesora de lengua a la que tanto odiaba, pero claro, el odio era mutuo. Ella no contestó e ignoró el comentario, se sentó en su sitio y sacó los materiales.

Sacó su estuche aparentemente un estuche normal, luego lo abrió pudo sacar de ahí unos 5 o 6 sacapuntas, luego sacó las tijeras. Iba moviendo la tuerca del sacapuntas e iba sacando la cuchilla y guardaba en el estuche. Estaba metida en su mundo, pensando en que todo era solo un camino llamado infierno en el que la muerte era el cielo. De repente un grito se escuchó por toda la clase:

-¡ALENA! ¿Pero que haces? Atiende si no quieres que te ponga un parte.

Alena la miró con cara de asco guardó las cosas y puso encima de la mesa el cuaderno y el libro. Tardó 5 minutos en volver a perderse en su mundo. Empezó a dibujar en el cuaderno, a ella siempre le había encantado dibujar, digamos que dibujaba desde que aprendió a coger un lápiz, le encantaba dibujar, de pequeña le hacía dibujos a su madre y ella los colgaba en el frigorífico, ahora sus dibujos quedaban guardados en los cuadernos y la agenda, todos eran iguales pero distintos, eran personas triste e infelices incluso niñas llorando frente al espejo podía llegar a dibujar.

Llegó la hora del recreo, bajó las escaleras, no se dirigió a la cafetería a comprar comida, solo salió a fuera y sentó en el banco en el que se sentaba siempre, era el banco donde siempre se sentaba con su novio y sus amigos, ahora el banco estaba solo, sin nadie alrededor, solo estaba ella recordando momentos que según ella habían acabado por su culpa.

Estaba apunto de soltar una lágrima cuando una bola de papel de plata le dió en la cabeza y luego cayó al suelo. -¡ANOREXICA MUERETE!- Gritaba justamente él, su ex-novio abrazando a la que era antes su mejor amiga, cuando se dió la vuelta y los vió empezaron a besarse. Cuando Alena lo vió salió corriendo al baño y se quedó allí hasta que tocó el timbre.

A una hora antes de volver a su casa le tocaba la hora de plástica, adoraba plástica, su profesor decía que tenía mucho talento y a veces se quedaba con él cuando tocaba el timbre y le ayudaba a pintar cuadros enormes que ocupaban unas seis mesas y hablaban y ella le contaba todos sus problemas.

Era como su mejor amigo. Sabía que le podía contar todo y no se lo contaría a su familia por mucho que le costara.

Era un hombre de media edad, tenía unos 50 y algo de años, aunque su pelo blanco lo aparentaba, su piercing en la oreja y su forma de vestir no lo hacían. Era amable, como si un niño de su edad se hubiera quedado atrapado en ese cuerpo de hombre.

-Ojalá hubiera un modo en el que pudiera dejar de existir sin causar dolor a mi madre y mi hermano- suspiraba Alena mientras daba pinceladas sobre el lienzo. No quería hablar de su padre, no le gustaba recordar que abandonó a ella y a su madre cuando ella tenía 6 años y su madre estaba de 7 meses y medio de su hermano menor.

-Si te dejaras ayudar...- Dijo el profesor con un hilo de voz.

-No lo entiendes, no lo entiende nadie, a los psicólogos les da igual como estemos o dejemos de estar. Nadie entiende el vacío que tengo cuando me miro al espejo. Yo solo quiero que alguien se preocupe de mi y no que no salga corriendo cuando le cuente mi pasado.- Contaba Alena.

-La vida es así, algunas veces te hace sentir así de bien y de grande y después sin darte cuenta te ha echado todo a perder y quieres desacerte de ella, pero tranquila, llegarán épocas mejores, por eso no te debes rendir, además era una chica muy linda y lo eras mas cuando sonreías y las mejillas se te subían a los párpados. Tú veras bonito tocarse las costillas cuando estas de pie pero un poquito de carne tampoco pasa nada.- Respondió el profesor muy sabio.

-No quiero estar gorda.- Volvió a protestar Alena.

-Eh eh eh... he dicho que tengas un poco mas de carne, no que tengas dos patas de pata negra en cada pierna.- Contestó muy gracioso el hombre.

Alena sonrió y empezaron a reírse los dos hasta que llegó la hora de que Alena regresara a su casa.

Al borde de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora