Capítulo II: El dolor

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"No quiero pensar porque no quiero que el dolor del corazón se una al dolor del pensamiento"

—Emilio Castelar

Un nuevo día de secundaria, Lydia se miró al espejo mientras se aplicaba el labial de color rosa. Su cabello estaba perfectamente arreglado, sus ojos levemente deliñeados y sus mejillas espolvoreadas.

Nada parecía advertir el hecho de que se había pasado toda la noche despierta, llorando, sujetando la almohada mientras el dolor recorría su cuerpo. Mientras la angustia devoraba sin piedad su mente.

—¡Cariño, llegas tarde! —escuchó el grito de su madre desde la sala principal. Lydia suspiro y cerró el labial, guardandolo en su bolso, para luego tomarlo. Recorrió la distancia que la separaba de la escalera, repitiendose mentalmente que tenía que actuar bien, que sonreiría y que todos verían que no estaba rota.

Al menos no en el exterior.

Cuando llego al rellano inferior, se dio cuenta de que su madre se encontraba hablando por teléfono, algo para nada extraño en ella. Entonces, ¿por qué le llamo tanto la atención? No era difícil leer a las personas últimamente.

Y la expresión de su madre no fue su clásica "esto es de trabajo" ni siquiera pensaba que estaba hablando con un hombre.

—¿A quién llamaste? —le preguntó, su curiosidad al menos aun seguía latente. Eran esas partes de tu personalidad que no importa cuan perdido te sientas, nunca se van.

—Nadie —ella negó mientras dejaba el teléfono sobre la encimeradora— Espera un segundo que tengo que ir a buscar el dinero para hoy, creo que deje la cartera en el salón.

Ella asintió, y cuando su madre desapareció detrás de la puerta, Lydia se encamino hacia el teléfono y lo tomó. Luego de apretar el botón para ver con quién había hablado su madre, se lo colocó en el oído.

—Señora Martin, ya le dije que atendería a Lydia esta tarde —La voz de Marin Morrell rompió el inquietante silencio que había reinado del otro lado de la linea—, ahora  mismo me encuentro con un paciente, solo tráigala a la hora acordada y la atenderé ¿bien?

Lydia ni siquiera se molesto en contestar, solo cortó la llamada. ¿Su madre había llamado a su consejera? ¿Enserio? Y todavía la enviaba a Marin Morrell, la mujer que siempre decia muchisimo menos de lo que sabía.

Esa mujer estaba construida de secretos, y conocimiento. Podía uno pasarse una vida entera antes de descubrir algun secreto de ella.

—Aquí esta —su madre se detuvó al verla con el teléfono en la mano. Lydia vio que esta traía la billetera y la alzaba en su mano derecha—, puedo explicártelo.

—Una explicación vendría bastante bien en estos momentos —dijo Lydia mientras dejaba el teléfono y se cruzaba de brazos— ¿Cómo pudiste llamarla? ¿A mi propia consejera? ¡Estoy bien!

—Cariño —su madre dio unos pasos hacía ella, estirando su mano. Pero Lydia no quería eso, buscaba respuestas, así que retrocedió. La mano de su madre cayo a la nada, y una mirada de tristeza cruzó momentáneamente su rostro—, sé que odias ir a estas cosas, pero debes entender que es por tu bien. ¿No te has dado cuenta de cómo has cambiado desde lo sucedido? Se que duele, la muerte nunca es algo bonito, pero tu no moriste ese día, y tienes que seguir adelante.

Lydia negó, mientras en sus ojos se acumulaba una masa de agua, como una represa apunto de estallar, apretó los labios.

—Estoy siguiendo adelante —se limitó a decir— Solo ha pasado una semana, ¿por qué todos esperan que lo supere tan rápido? Stiles no se fue, Stiles murió. Él me dejo, así que no me pidas simplemente seguir adelante, porque no soy tu.

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