II

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La noche había caído en una completa calma

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La noche había caído en una completa calma. La lluvia mitigó cuando el sol se ocultó y los embotellamientos que se habían desarrollado a lo largo de toda la calle desaparecieron. Los cláxones no se escuchaban más y agradecía por ello.

Estoy sosteniendo el pequeño envase con un bálsamo de mamá en las manos. Estoy acostada en mi cama y ella apenas está sentada en el filo de la misma mientras masajea la zona de mi cuello y frente para aplicar su vaporub y así surtir mayor efecto. O eso es lo que dice siempre, a pesar de que nunca le he preguntado al respecto.

—Así no te resfrías —me explica con voz baja—. Este clima le da una gripa a cualquiera.

Asiento, agradecida por su cuidado, y ella toma el envase en sus manos para colocarle la tapa y entonces se levanta, acercándose a mí para darme un beso en la frente. Luego de susurrar un «descansa», la luz es apagada y la puerta apenas entrecerrada. Me quedo ahí, mirando hacia la luz del pasillo que se filtra por la puerta y varios minutos después escucho a mi madre encerrarse en su habitación. Entonces me incorporo con suavidad y quito el edredón.

Mis pies sienten la frescura del suelo a pesar de que llevo calcetines puestos. No soy capaz de vislumbrar mucho a mi paso, así que palpo lentamente en el repasador hasta encontrar el papel doblado bajo mi celular. Tomo ambas cosas y vuelvo hasta mi tibia cama que me espera para leer la carta.

Enciendo la luz de la pantalla del aparato y desdoblo lentamente la hoja. Ilumino las torcidas letras que se muestran sin pudor ante mí, como si hubiesen sido escritas por algún pequeño infante. Pero, al empezar la lectura, soy capaz de reconocer que no ha habido ningún crío detrás de estas letras.

Y lo reconozco porque mi cuerpo se tensa.

Leo atentamente cada palabra, y por momentos debo repasar algunas oraciones porque mi mente viaja por recuerdos que creía olvidados. El frío inusual que recorre mis huesos me deja petrificada, y mi corazón empieza a latir como si su único propósito fuese correr lejos. Y yo también lo deseo. Un escalofrío recorre mi espina dorsal cuando, inconscientemente, caigo en el hecho de que fui capaz de reconocer su caligrafía, mas no su voz. Que guardo aún el recuerdo de sus letras torpes, torcidas y escritas con pulso tembloroso, pero su tono ronco al hablar parece haber sido borrado de mis recuerdos.

Reconozco su forma de escribir, pero he olvidado su manera de hablar.

Termino y me sorprendo por la agilidad con la que mis ojos leyeron todo el texto. Doblo el papel nuevamente, pero mis manos me traicionan con un leve temblar. Intento respirar, una, dos, tres veces, pero aunque me esfuerzo, no puedo con normalidad. Una marea de viejas emociones nace en mí de nuevo, y no soy capaz de descifrar si eso es bueno. Si realmente siento algo positivo ante el suceso o todo lo que viene es una caída mortal hacia un agujero negro. Hacia el abismo que he desarrollado y que a veces, parece ser un espacio cómodo y conocido para mí.

Tanatofobia © [Fobia #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora