III

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*Perdí el encabezado que pongo al inicio de cada capítulo, porque mi computador se dañó y estaba allí. Ahora adquirí una nueva laptop y no tengo Photoshop aún instalado, así que en cuanto pueda instalarlo edito el encabezado y lo coloco, sorry*

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Había caído la tarde. Mamá prepara la cena mientras continúo torturándome junto a la ventana, viendo pasar la vida de los demás frente a mis ojos mientras la mía se estanca entre cuatro paredes a las que llamo casa, refugio, hogar. Acaricio la almohadilla que terminé de bordar, sintiendo la suave textura de la tela entre mis dedos. Descubrí, un corto tiempo atrás, que el tacto hacia cosas lo suficientemente suaves y blandas podrían calmarme, darme una paz entre tanta guerra interna que no parecía menguar. Era un poco de luz entre tanta oscuridad.

Escucho la voz de mi madre invitarme a bajar. Dejo la pequeña almohada sobre la cama y arrastro mi cuerpo hasta mi lugar de la mesa, mientras mi madre termina de poner los alimentos para luego encender el televisor para verlo. Después de lo ocurrido había notado que tenía esa extraña costumbre de comer mientras veía algún programa de televisión que pronto dejaría de prestarle atención, pero era necesario el audio en el ambiente. Con el tiempo llegué a la conclusión de que aquello no era más que una consecuencia de mi estado de rechazo; el silencio la estaba matando, y yo no me daba cuenta.

Estaba acabando con ambas al mismo tiempo, de forma pausada y sin reservas.

—Gina... —me llama, y yo alzo el rostro para verla. Sus ojos parecen querer decirme algo que no logro entender—. Sé que, posiblemente, nada de lo que diga hoy te hará cambiar. Sé que serán más palabras acumuladas que guardas en algún espacio de tu memoria desde hace más de diez años. Y quisiera decirte que lo entiendo, que comprendo qué sientes y qué ya no, pero no es así. Alguna vez creí que sí, pero eso quedó en un pasado que has enterrado, pero al que no le has dado una despedida.

Vuelvo a mirar el plato, pero ella me llama y no puedo evitar mirarla.

—No hay nada que yo diga que pueda aliviar tu dolor, pero por lo menos intenta aliviar el mío. No he sufrido contigo, sino por ti. Yo quería a Lucía, claro que sí, pero yo la despedí en su debido momento y desde entonces solo me he dedicado a ver cómo te hundes cada vez más y me arrastras contigo. Porque una madre siempre irá tras sus hijos, así sea al mismísimo agujero negro.

Ninguna hace mención sobre la ruptura de la regla número uno de la casa: no nombrarla. Me quedo callada, sintiendo como sus palabras retumban en mi cabeza mientras un picor se activa en mi garganta. Su nombre empieza a repetirse como un eco infinito, como si buscase acabar conmigo.

Mi madre se agacha un poco para buscar mi mirada, y cuando nota que estoy de regreso con ella, decide continuar:

—Yo no te voy a decir que ella hubiese preferido verte feliz, porque creo que es algo que tú, como su mejor amiga, eres capaz de deducir. Sabes la gran persona que era y será Lucía para todos, pero no es justo tener dos pérdidas al mismo tiempo, una como consecuencia de la otra. No es justo haberla perdido a ella y también perderte a ti. No es justo que nos perdamos las tres, cuando aún podemos intentar vivir. No es justo, Gina, no lo es.

Cuando ella parece resignarse, sin intención de añadir algo más, deslizo mi mano por sobre la mesa y toco sus dedos. Mi madre se alerta por el tacto, lo noto por la manera en que espalda se endereza y sus ojos miran mis dedos sobre los suyos, como si fuese una verdadera sorpresa. Y yo trago fuerte por lo que esto representa.

No es hasta este momento, cuando veo sus ojos cristalizándose, que logro darme cuenta de lo alejada que he estado de ella. De la barrera invisible que he creado entre ambas, temerosa de perderla, pero incapaz de quererla. O al menos de demostrarlo.

Tanatofobia © [Fobia #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora