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Te observo desde que cruzaste la puerta con tu abrigo azul cubriéndote del frío, tu bufanda balanceándose desde tu cuello hasta tus rodillas y el ritmo de tus zapatillas sobre el suelo acompañándote hasta que pasaste la puerta de tu aula y te sumiste en la inmensa oscuridad. Cuando seguías tu camino sumida en tus pensamientos junto con tu vista en el suelo pasaste a mi lado haciéndome sentir un árbol a un costado del sendero, solo puede ver, pero no moverse. Siendo sincero, quizá sea un árbol. Cada vez que pasas a mi lado, que te quedas fuera del aula porque ninguna de tus amigas ha llegado aún, que te veo sola pero rodeada de gente; siento la necesidad de ir, moverme hacia ti para hablar siquiera, pero no logro salir de mi lugar como si mis pies estuvieran adheridos imposibilitando acercarme.

Veo tu cuerpo asomarse hacia el pasillo enorme con poca cantidad de estudiantes llenándolo, sales sin tu abrigo tomando asiento en el frío suelo y sacas tu teléfono sin apartar la vista de la entrada porque esperas la llegada de compañía. Sé que tus padres te dejan muy temprano aquí, ellos tienen que ir al trabajo, y tus amigas nunca están a este horario. Por alguna razón diriges tu mirada hacia mí provocando que mi respiración se tropiece continuamente, que mis latidos salten por todo mi cuerpo y mi rostro comience a incendiarse. Sueltas una leve sonrisita y apartas tu mirada. Solo ese simple gesto logró hacerme sentir liviano, como si volara. No dejas de observar hacia tu teléfono con un poco de tristeza en tus ojos que suelen tener una chispa que ilumina a quién sea. Siento que la causa de ello soy yo por no acercarme y hablar. Admito que no soy valiente, todavía menos cuando se trata de ti. También que mi torpeza fue lo que hizo que nos conociéramos, ¿acaso lo recordarás como yo lo recuerdo? Quizá ya no. Fue uno de mis mejores días, cuando más sonreí y las lágrimas cayeron por mis mejillas por la risa de ambos. Había sido en noviembre, lo recuerdo porque las hojas comenzaban a caer y el frío ya no era una simple brisa mentolada, y se nos había asignado una actividad para realizar en parejas en la cual debías bailar. Ambos nos habíamos negado ante esto, pero cuando nos propusimos realizarla nacieron las miradas. En un momento, si bien recuerdo como se sintió, tropecé logrando que caigas sobre mí. Definitivamente fue el día que más vivo me sentí, que estuve tan feliz.

De repente te levantas logrando sobresaltarme, no venía nadie por lo que no comprendo tu acción. Das un paso hacia el salón de clase mientras dudas de lo que haces, sabes que no quieres estar sola en la oscuridad, pero de igual forma das otro paso y te fusionas allí dentro. Desapareces de mi vista, pero no de mi corazón, dime cómo hacer para no estar así. Tu risa se repite como una melodía dulce en mi cabeza, tu cabello dejó mi corazón electrocutado, tus manos dejaron marcas luego de tus caricias, tus ojos dejaron los míos perdidos en el mundo, y tus labios me dejaron adicto a algo que siento que jamás volveré.

Siento la necesidad de aclarar algunas cosas que aún no recuerdo con exactitud contigo y con el mundo. Tengo muchas dudas de ese "nosotros" que tuvimos porque me es complicado armar todo lo que sucedió. No puedo explicarlo de forma coherente y concisa porque no acabo por comprenderlo siquiera. Juro hablar contigo para resolver esto, lo necesito y, creo, que tú igual.

De pronto siento un vacío enorme en mi pecho y una tristeza profunda que me toma por sorpresa. Esas ganas de llorar me recuerdan a esos días de lluvia que pasábamos juntos, ¿lo recordarás? Ese día que tú bajabas del autobús en la misma parada que yo, te observé leer todo el trayecto por lo que pude notar tus expresiones al introducirte en el libro y viajar con los personajes a dónde sea, me maravillaron. Notaste a último momento que debías bajar, te apresuraste con torpeza por la cantidad de personas que te dificultaba el paso, lograste poner tus pies en tierra a tiempo para seguir tu marcha. La lluvia era dulce, pero de igual forma, no me agradaba que caminaras debajo de ella, me acerqué a ti y te cubrí con mi paraguas. Me miraste con el ceño fruncido, aunque luego sonreíste murmurando un "gracias", hablamos de tanto que la caminata resultó muy corta y, cuando llegó el momento de despedirnos, me abrazaste bajo las gotas frías del cielo para ir a tu casa. Ese día me enamoré de tu rostro. Y los días siguientes que llamaste "casualidades", me enamoré de ti.

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