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No puedo acercarme a ti por más que quisiera, lo deseo, pero no logro dar un mísero paso hacia tu cuerpo y abrazarte. Estoy plantado ahí observando como tus lágrimas caen por tus mejillas, tus manos se aferran a tus brazos como un abrazo a uno mismo, tu nariz comienza a tornarse rojiza y tu rostro mostrando una debilidad que no querías dejar salir. Sigo sin comprender por qué te seguí para solo mirarte, siento un mareo muy fuerte que me deja aún más perdido.

Balbuceas llamando a alguien mientras recuestas tu espalda en la fría pared de cerámica antigua del viejo baño que nadie utiliza en este horario, clavas tus uñas en tus brazos comenzando a respirar con normalidad. Doy un paso y luego otro hasta quedar frente a ti, no entiendo como pude entrar sin que me notaras, pero lo hice y mantengo mi vista en tu pequeña nariz rojiza. Sacas una hoja de papel arrugada, se nota que no querías que quedara así por tu desespero al verla y tus intentos en vano de dejarla como estaba antes, la observas un momento y lloras a lágrima viva, con una tristeza pura saliendo de lo más profundo de tu corazón. Estás destrozada por completo y, al notarte así, siento una profunda puntada dentro de mí.

Logras detenerte al cabo de unos minutos y dejas la hoja sobre tu regazo. Te imploro dentro de mí que me digas que dice ese papel arrugado que es tan importante para ti, así ayudarte y liberarte. Escuchaste mis pedidos de alguna manera, tomas la hoja, pero solo la observas y miras hacia arriba, hacia mis ojos. Ahora hablas tan claro que me congelo por completo.

− Mis sueños, últimamente, tratan sobre ti acercándote a mí y que me abrazas una vez más. Cuando despierto siento el vacío de mi corazón porque noto que no estás conmigo y que nunca volverás a estarlo... −limpias un par de lágrimas, pero eso no te detiene−. ¿Sabes qué fecha especial es hoy? Nuestra primera casualidad. El día en que nos conocimos. Exactamente hoy se cumplen dos años de ese magnífico día, mi festejo es este, llorar por ti con todo lo que te extraño y amo. Necesito que aparezcas por esa puerta diciendo "Feliz día, princesa", pero no lo harás, nunca más volverás a aparecer a mi lado, porque ahora estás allí arriba tomando el té con mi abuela...

Limpias tus lágrimas con la manga de tu suéter y acomodas tu cabello, pero tanto tú como yo sabemos que sólo lo haces como distracción. Me dejas pasmado luego de tus palabras, siento como lentamente mis manos y mis pies ya no sienten absolutamente nada hasta se van desvaneciendo de mi vista.

− No tienes idea de lo desbastada que estaba cuando tu hermana me llamó llorando en la madrugada hace una semana diciendo que... −tragas saliva mientras dejas caer una lágrima por tu mejilla−. Te habías muerto volviendo a tu casa en un accidente automovilístico y, desde ese día, siento que fue toda mi culpa porque fui yo quien te pidió que fueras a mi casa, fui yo quien te propuso que te quedaras más tiempo, fui yo quien te dejó ir esa noche a pesar de todo. No te merecías eso... Eras la mejor persona que conocí en mi vida y hubiera querido seguirla a tu lado hasta envejecer.

Tus palabras hicieron eco en mi cabeza mientras me perdía entre niebla, pero, aun así, me acerqué a ti quedando a la altura de tu oído y logré susurrar algo mientras me desvanecía en el aire dirigiéndome ya hacia otro lado.

− También te amo... −fue lo último que logré escuchar proveniente de ti y, el resto, es solo niebla.


MiradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora