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Uno, dos, tres

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Uno, dos, tres.

Jugando a las escondidas otra vez, en la casa de la abuela bajo el techo naranja con destellos rojos formados por los rastros del polvo en los bordes del mismo, manchado en las esquinas debido a la humedad de las noches lluviosas llenas de relámpagos e historias pasadas en las madrugadas en las que la abuela me abrazaba para calmar mis miedos o como ella los llamaba "instintos".

Cuatro, Cinco, Seis.

Sin cerrar mis ojos me mantuve observando la pared, en mi vista periférica se encontraban mis manos intentando evitar que hiciera trampa en mi juego favorito, "si que son traidoras", pensé, dejando escapar una pequeña risa volviéndome a concentrarme en la pared delante mío, tan verde como el musgo en los arroyos y el pasto seco recién cortado para dejar crecer uno mucho más fresco.

No lo malinterpreten amaba la pared, descolorida y rígida pero con una extraña aura de encanto que no podía evitar admirar.

"Antes la pared era más colorida", 

pensé mientras mi vista se centraba en esta rozándola con las yemas de mis dedos recordando el olor a crayolas y visualizando los garabatos que una vez dibujé al ser una infante.

Siete, Ocho, Nueve.

Un cuadro esbelto llamó mi atención, nunca lo había visto antes, supuse que era una nueva pieza de la antigua colección de la dueña, otra vez un memoria apareció de repente.
Recuerdo la primera vez que visité la casa de la abuela, era tan inmensa que me bastaba tan solo con decir una palabra en voz baja para que el eco se escuchara por toda el lugar como si de un truco mágico se tratara, al principio fue divertido, iba todas las mañanas a jugar con mi otra madre y ella me enseñaba cosas divertidas tales como hacer galletas, quizás no lo note porque era una niña que vivía el día a día sumergida en su mundo de felicidad y alegría, pero los minutos pasaban, las horas estaban contadas y los meses solo se desvanecieron en la nada. Mientras más alta me hacia, la abuela más pesó perdía, terminando al final como una muñequita de Antaño con cabellos blancos como la nieve y una piel suave al igual que el algodón. Y así como ella envejecía y yo crecía la casa se llenaba cada vez de más maravillas.

10.

Silencio, esta cuenta me pareció eterna. Creo que por fin es hora de buscar por lo que comencé a jugar, un lugar en donde los pueda encontrar.

 Creo que por fin es hora de buscar por lo que comencé a jugar, un lugar en donde los pueda encontrar

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Bajo las sombras del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora