CAPITULO 2

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Extracto de "Civilation Lost - The conquest of Incas" de Marc J. Holsten.

Jamás se recalcará lo suficiente que la conquista de los Incas por parte de los conquistadores españoles representa, quizá, el mayor choque de culturas en la historia de la evolución humana.

La nación más poderosa de la tierra, con los últimos avances armamentísticos de Europa a su disposición, contra el imperio más poderoso que haya existido nunca en América.

Por desgracia para los historiadores, y gracias en gran medida a la insaciable ansia de oro de Francisco Pizarro y de sus conquistadores sedientos de sangre, el mayor imperio del continente americano es también del que menos sabemos.

El Saqueo del imperio Inca por parte de Pizarro y su ejército de secuaces en 1532 debería ser considerado como uno de los más brutales de la historia. Armados con la más poderosa de las armas coloniales, la pólvora, los españoles se abrieron camino a través de las ciudades y pueblos incas con, según palabras de un comentarista del siglo veinte, "una falta de principios que habría hecho estremecer al mismísimo Maquiavelo".

Las mujeres incas fueron violadas en sus hogares u obligadas a prostituirse en mugrientos burdeles improvisados. Los hombres fueron sometidos a torturas constantes; les quemaban los ojos con carbón al rojo vivo y les cortaban los tendones. Los niños fueron llevados en barcos a la costa para después embarcarlos en aterradores galeones de esclavos y enviarlos a Europa.

En las ciudades, los conquistadores saquearon los templos. Fundían las láminas y los ídolos sagrados de oro en lingotes sin ni siquiera parase a pensar en el significado cultural de los mismos.

Quizá la más famosa de todas las historias de búsquedas de tesoros incas sea la de Hernando Pizarro, hermano de Francisco, y su viaje hercúleo hasta la ciudad costera de Pachacámac en busca de un legendario ídolo inca. Tal como los describe Francisco de Jerez en su famosa obra "Verdadera relación de la conquista del Perú", las riquezas que saqueó en su marcha hacia el templo de Pachacámac (no muy lejos de Lima) alcanzaron proporciones casi míticas.

De lo poco que queda del imperio Inca (edificios que los españoles no destruyeron, reliquias de oro que los incas lograron llevarse consigo valiéndose de la oscuridad de la noche...), un historiador contemporáneo sólo puede percibir breves destellos de una otrora grandiosa civilización.

Lo que emerge de esos breves destellos es, no obstante, un imperio lleno de paradojas. Los incas no conocían la rueda y, sin embargo, construyeron el sistema de carreteras más extenso jamás visto en el continente americano. No conocían el mineral de hierro y, sin embargo, los trabajos con otros metales, en concreto con el oro y la plata, son insuperables. Carecían de un sistema de escritura y, sin embargo, su sistema de registro numérico, un sistema de cuerdas de lana o algodón de uno o varios colores llamado Quipus era increíblemente preciso. Se decía que los quipucamayocs, los temidos recaudadores de impuestos del imperio, sabían incluso cuando se perdía algo tan ínfimo como una sandalia.

No obstante, la mayoría de la información y datos de la vida diaria de los incas de que disponemos proviene, inevitablemente de los españoles. Al igual que veinte años antes hiciera Hernán Cortés en México, los conquistadores llevaron a Perú clérigos para difundir el evangelio entre los indígenas paganos. Muchos de estos monjes y sacerdotes regresaron finalmente a España y consignaron por escrito lo que vieron. De hecho, muchos de sus manuscritos todavía pueden encontrarse en la actualidad en algunos monasterios europeos, fechados e intactos.

Extracto de "Verdadera relación de la conquista del Perú", de Francisco Jerez (Sevilla, 1534).

El capitán Hernando Pizarro se hospedó con sus hombres en unos grandes aposentos situados en una parte del pueblo. Dijo que había venido por orden del gobernador (Francisco Pizarro, su hermano) por el oro de aquella mezquita y que estaban allí para cogerlo y llevárselo al gobernador.

Todos los principales del pueblo y los pajes del ídolo dijeron que se lo darían, y anduvieron disimulando y dilatando. En conclusión, que trajeron muy poco y dijeron que no había más. El capitán dijo que quería ir a ver aquél ídolo que tenían y que lo llevasen allá, y así fue llevado. El ídolo estaba en una buena casa bien pintada, decorada con el típico estilo indígena; estatuas de piedra de jaguares custodiaban la entrada, tallas de demoníacas criaturas con aspecto felino se alineaban contra las paredes.

Dentro, el capitán encontró una sala muy oscura y hedionda, en cuyo centro se alzaba un altar de piedra. Durante nuestro viaje, nos hablaron de un ídolo legendario que se encontraba en el interior del templo santuario de Pachacámac. Los indígenas dicen que ese es su dios, que los creó y los sustenta, la fuente de todo su poder.

Pero no encontramos ningún ídolo en Pachacámac, tan sólo un altar de piedra en una sala hedionda. El capitán ordenó entonces que se tirara abajo la bóveda donde se había guardado aquél ídolo pagano y que se ejecutara a los principales por haberlo ocultado. Así se hizo, también con los pajes del ídolo. Una vez hubieron terminado, el capitán enseñó a los habitantes del pueblo muchas cosas de nuestra santa fe católica y les enseñó la señal de la cruz.

Había llegado hace unos meses a Nueva España como parte de la expedición del gobernador don Alonso de Ojeda. Atrás quedaban veinte años de devastación, saqueo y muerte desde que el sádico Hernán Cortés conquistara y cristianizara el Imperio Azteca. Pedro Alcázar sólo tenía un pensamiento: vengar la muerte de Azaak e intentar por todos los medios minimizar los daños que sus compatriotas sin duda harían también al imperio inca.

Pero una vez más y, tal como ya pasara en tierras aztecas, la ciudad sagrada de Cuzco se envolvió con el mismo manto de terror, muerte y codicia que el imperio azteca. Los come-oros (nombre por el cual eran conocidos los españoles por su hambre y codicia del preciado metal), una vez más, pisotearon todo cuanto les era sagrado al pueblo inca.

Pedro Alcázar, entre lágrimas, no lograba distinguir entre los cuerpos mutilados y bañados en sangre cuales de aquellos montones de carne deformes pertenecían a animales, y cuales habían sido personas con sus sueños, sus quehaceres y sus amores.

Sentado en lo alto de un montículo, una de las esposas de Atahualpa (último jefe del imperio Inca asesinado por Pizarro) dirige un cántico al cielo. Oculto entre sus manos pude adivinar la figura de una pequeña estatua con rasgos de hombre blanco, todo ello rodeado por una pirámide y un símbolo.

Dies Irae (Día de la Ira)

Dies Irae Malleus Malleficarum est

He puesto a secar
los recuerdos frente al sol
he puesto a tender
la nostalgia del ayer

Y no voy a llorar
pero no podré olvidar
toda la desolación
que los dioses trajeron del mar

¡Ohh!

Dies irae Malleus Maleficarum est
Dies irae Malleus Maleficarum est
Dies irae Malleus Dies irae Malleus
Dies irae Malleus Maleficarum est

Cuando llora el sol
sus lágrimas son
oro y dolor

Sed de sangre

el hombre blanco se sació

y Gaia lloró

Muere la tierra sudando terror
la codicia del blanco en nombre de Dios
el cielo llora hace charcos y yo
siento que se me escapa la vida ante mí

No te olvides de mí
ahora voy hacia un lugar
en donde no existe el miedo
donde no vive el adiós

Me marcharé
montado en la brisa del mar
yo viviré en tu memoria
y dormiré en tu corazón

Ahora soy volcán,

desastre natural
calentamiento global

ya nadie puede mis gritos ahogar
pues ayer aprendieron
de rabia a nadar

No te olvides de mí
ahora voy hacia un lugar
en donde no existe el miedo
donde no vive el adiós

Me marcharé
montado en la brisa del mar
yo viviré en tu memoria
y dormiré en tu corazón

Y al amanecer, al morir la oscuridad
yo regresaré, yo seré el huracán
he puesto a secar mi venganza frente al sol
llegará al fin la venganza final

¡Ohh!

No te olvides de mí
ahora voy hacia un lugar
en donde no existe el miedo
donde no vive el adiós

Me marcharé
montado en la brisa del mar
yo viviré en tu memoria
y dormiré en tu corazón

Dies irae Malleus Maleficarum est
Dies irae Malleus Maleficarum est
Dies irae Malleus Maleficarum est

GAIA  ATLANTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora