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Quería creer que lo tenía todo bajo control.

Quería convencerse de que no era nada tan grave, que esa etapa de silencio era como tantas otras que habían vivido en el pasado.

Trataba de recordarse a sí mismo que lo conocía, que el tiempo le había enseñado a leerlo a través de su arte, que era a lo único a lo que no podía esconderle sus sentimientos.

Mingyu trataba de repasar los patrones que había descubierto luego de tantos años a su lado, esas relaciones entre sus técnicas de pintura y las sutiles variaciones en su estado de ánimo cada día.

Iba haciendo una lista mental de todo lo que sabía.

Recordaba su estudio brillante, vivo y rebosante de color. La voz de su esposo resonando hasta el piso inferior al ritmo de una canción divertida y pegajosa importándole muy poco si desafinaba en algún momento.

Lo recordaba pintando con una sonrisa que opacaba todo a su alrededor y la mirada chispeante que lo recibía cuando se asomaba con curiosidad para saludarlo. Esa pequeña mancha de pintura en su nariz que siempre iba a parar a su propio rostro cuando se acercaba a besarlo y que solo se hacía más grande en los intentos fallidos de su autor por removerla.

No importa —Le decía WonWoo tratando de contener una sonrisa burlona mientras fingía concentración— Si el color se viera sobre el negro, no tendríamos que usar lienzos blancos.

Él dramatizaba teatralmente haciéndose el ofendido y el azabache se encogía sobre sí mismo, como esperando un golpe que terminaba convirtiéndose en pequeños besos sobre su cuello.

Mingyu no podía amar más a ese WonWoo, divertido, brillante, con su paleta llena de mil colores que terminaban esparcidos por toda la habitación.

Pero también estaba ese WonWoo que llegaba irritado después de un mal día en el trabajo, era el mismo que tras una discusión con él, bajaba con las orejas rojas y una pesada caja cuarteada y maltrecha de la cantidad de veces que la había arrojado sin cuidado al suelo de concreto, como un adolescente haciéndole un berrinche a sus padres.

Siempre que algo le molestaba eran tizas, le gustaba que con estas podía aplicar toda la fuera que quisiera. El azabache terminaba de rodillas, con una mano resistiendo su peso sobre el suelo y la otra trazando dibujos abstractos con tanta intensidad que los pequeños trozos de colores no duraban más que unos segundos en sus manos.

Trabajaba tan rápido y con tanta violencia que terminaba con su respiración agitada y sus hombros ligeramente hacia atrás mientras observaba con cierto disgusto lo que fuera que hubiera resultado de esa ocasión.

Recogía sus cosas como si nada hubiese pasado y cuando se metía al baño a remover los restos de polvo de su cuerpo, Mingyu sabía que debía bajar a deshacerse de la evidencia, eliminando con ayuda de la manguera todo rastro del enojo que el azabache había descargado en la loza.

WonWoo salía al balcón antes de dormir, verificando que no quedara rastro de aquel dibujo en el suelo grisáceo y se metía satisfecho a la cama tras confirmarlo.

Mingyu también amaba a ese WonWoo, que aborrecía la idea de conservar un sentimiento tan despreciable como el enojo y que había encontrado la forma de deshacerse de él tan rápido como se le había presentado.

"Pero esos dos eran demasiado obvios" —Pensó, descartándolos de inmediato de su lista—

Mingyu siguió estrujándose la memoria tratando de recordar, buscando la relación más mínima entre lo que sabía de él y su comportamiento los últimos días.

A | 1 [ Meanie ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora