El golpeteo de la lluvia goteando a través de las hojas y la neblina baja del Bosque Oakwald casi ahogaba la creciente corriente entre los baches y huecos.
Agachada junto al arroyo, de pieles vacías olvidadas en el banco cubierto de musgo, Aelin Ashryver Galathynius extendió una mano llena de cicatrices sobre el agua corriendo y dejó que la canción de la tormenta matutina la limpiara.
El crujido que rompía las nubes de tormenta y la ardiente respuesta del rayo había sido un violento y frenético golpe una hora antes del amanecer, ahora extendiéndose más a lo lejos, calmando su furia, así como Aelin calmaba su propio centro quemado de magia.
Respiraba en la fría neblina y lluvia fresca, arrastrándolos profundamente en sus pulmones. Su magia parpadeó en respuesta, como un bostezo de buenos días y cayera de vuelta a dormir.
De hecho, alrededor del campamento a la vista, sus compañeros seguían durmiendo, protegidos de la tormenta por un escudo invisible que había hecho Graham, y al abrigo del frío del norte que persistía incluso en pleno verano por una alegre llama rubí que ella había mantenido encendida toda la noche. Era la llama la cosa que había dificultado trabajar alrededor –cómo mantenerla chisporroteando mientras también convocaba al pequeño regalo de agua que su madre le había dado.
Aelin exionó sus dedos sobre el arroyo.
Al otro lado del arroyo, en lo alto de una roca cubierta de musgo metida en los brazos de un nudoso roble, había un par de pequeños huesos –blancos dedos flexionados y agrietados, un espejo de sus propios movimientos.
Aelin sonrió y dijo en voz tan baja que apenas era audible sobre el arroyo y la lluvia:
—Si tiene algunos consejos, amigo, me encantaría escucharlos.
Los dedos larguiruchos se lanzaron hacia atrás sobre la cima de la roca –así como tantos otros en estos bosques, que fueron tallados con símbolos y espirales.
La Gente Pequeña los había seguido desde que cruzaron la frontera hacia Terrasen.
Escoltando, había insistido Aedion cada vez que ellos se dejaban ver, profundos ojos parpadeando desde una maraña de zarzas o mirando de cerca a través de un racimo de hojas sobre uno de los famosos árboles de Oakwald. Ellos no se habían acercado tanto a Aelin para obtener un aspecto sólido de ellos.
Pero habían dejado pequeños regalos a las afueras de la frontera de los escudos nocturnos de Graham, de alguna manera depositados sin alertar a cualquiera de ellos que estaba de guardia.
Una mañana, había sido una corona de violetas silvestres. Aelin se la había dado a Evangeline, quién había llevado la corona sobre su cabeza dorada rojiza hasta que ésta se vino abajo. A la mañana siguiente, dos coronas esperaban: una para Aelin, y una más pequeña para la chica con cicatrices. Otro día, la gente pequeña dejó una réplica de Graham en su forma de halcón, elaborado de plumas de gorrión, bellotas, y cáscaras de escarabajo. Su Príncipe Fae había sonreído un poco cuando lo había encontrado –y la llevaba en su alforja desde entonces.
Aelin sonrió ante el recuerdo. A pesar de saber que la gente pequeña les estaba siguiendo cada uno de sus pasos, escuchando y observando, habían hecho cosas algo... difíciles. No es como si le importara de alguna manera, pero el deslizamiento entre los árboles con Graham era ciertamente menos romántico sabiendo que tenían audiencia. Especialmente cuando Aedion y Eliza se habían hartado de sus silenciosa, intensas miradas que los dos dieron endebles excusas para sacar fuera de vista y escena por un rato a Aelin y Graham durante un tiempo: la Lady había dejado caer su pañuelo inexistente sobre una ruta inexistente muy atrás; o que ellos necesitaban más leña para un fuego que no necesitaba madera que quemar.

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Empire of strom
FanfictionEl largo camino hacia el trono apenas ha comenzado para Aelin Galathynius. Lealtades se han roto y comprado, amigos se han perdido y ganado, y aquellos que poseen magia se encuentran en contra de los que no. Mientras los reinos de Erilea se van frac...