Anochecer

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Los tambores habían sonado a través de las dentadas colinas de las Montañas Negras desde la puesta del sol.

Desde el a oramiento rocoso en el que su tienda de guerra se agitaba con el viento, la Princesa Elena Galathynius había monitoreado el ejército del enemigo toda la tarde mientras limpiaba a través de esas montañas en olas de ébano. Y ahora que el sol tenía tiempo que se fue, las hogueras del enemigo brillaban sobre las montañas y valles debajo como una sábana de estrellas.

Tantos fuegos, tantos, comparados con aquellos ardiendo de su lado del valle.
Ella no necesitaba el don de sus oídos Hada para escuchar las oraciones de su ejército humano, algunas habladas y otras en silencio. Ella misma ofreció algunas en las horas pasadas, aunque sabía que no iban a ser contestadas.

Elena nunca había considerado que podría morir, nunca consideró que iba a ser tan lejos de las tierras verdes de Terrasen. Que su cuerpo podría no ser quemado, sino devorado por esas bestias del ser oscuro.

No iba a haber una señal o marca que le indicara al mundo donde la Princesa de Terrasen había caído. No iba a haber ni una marca, nada ninguno de ellos.

—Necesitas descansar—le dijo una voz madura y masculina, desde la entrada de la tienda atrás de ella.

Elena miró sobre su hombro, sobre su pelo suelto plateado, colgando de la piel y capas de su armadura. Pero la mirada penetrante de Gavin estaba ya puesto en los dos ejércitos extendiéndose bajo ellos. En esa estrecha marca negra de demarcación, que muy pronto sería cruzada.

A pesar de toda su charla de descanso, Gavin no se había quitado su armadura al entrar a su tienda hace horas. Sólo hace unos minutos sus líderes de guerra habían nalmente salido de la tienda, sosteniendo mapas en sus manos y ni una pizca de esperanza en sus corazones. Ella lo podía sentir en ellos, el miedo. La desesperación.

Los pasos de Gavin crujieron en la tierra rocosa y seca mientras se aproximaba su solitaria vigilante, en silencio gracias a sus años recorriendo la selva del Sur.

Elena una vez más observó los interminables fuegos del enemigo. —Las fuerzas de tu padre aún pueden lograrlo—dijo él ásperamente.

La esperanza de un tonto. Su inmortal audición había escuchado cada palabra de las horas de debate dentro de la tienda detrás de ellos.

—Este valle es ya una trampa de muerte—dijo Elena.

Y ella los había guiado a todos ahí.

Gavin no le contestó.

—Llegado el amanecer —continuó—Todo será manchado de sangre.
El líder al lado de ella siguió en silencio. Tan raro, de Gavin, ese silencio. Ni un parpadeo de esa indomable ereza brilló en sus ojos abiertos, y su larga cabellera café colgaba. No podía recordar la última vez que tomaron un baño.

Gavin se giró hacia ella con esa mirada evaluadora que la había conquistado desde el momento que lo conoció por primera vez en el salón de su padre años atrás. Vidas atrás.
Tan diferente tiempo, tan diferente mundo, cuando las tierras habían estado llenas de cantos y luz, cuando la magia no había comenzado a crecer en la sombra creciente de Erawan y sus soldados demoniacos. Se preguntaba cuando tiempo Orynth aguantaría una vez la masacra de aquí del Sur terminara. Se preguntaba si Erawan destruiría primero el palacio brillante de su padre, o si quemaría la librería real, quemaría el corazón y conocimiento de una eternidad. Y luego quemaría a su gente.

—El amanecer está a horas aún—dijo Gavin, pasando saliva—Su ciente tiempo para ti para intentarlo.

—Nos van a hacer pedazos antes de que podamos despejar los caminos...

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